miércoles, 2 de enero de 2013

Fin de año

Se fue el 2012. Teo y yo estábamos contentos, pensando que con el 2012 se iba el peor episodio de nuestras vidas: aquél momento en el que perdió la razón.

A nueve meses de ese terrible episodio, estamos juntos y nos amamos vehementemente. Deseamos seguir juntos toda la vida y hemos hablado seriamente de comenzar una familia.

Aún se lamenta de no ser "el mismo de antes". Aún se siente incómodo algunas veces. Aún expresa no ser feliz (lo que me hiere profundamente). Aún dice que le cuesta trabajo tomar decisiones. Aún no recobra la seguridad en sí mismo.

En la superficie funciona mejor: duerme mejor, se desenvuelve mejor con los demás, sonríe más, trabaja más, hace planes, se proyecta en el futuro con determinación. Pero algo en él sigue apagado.

Su humor no ha cambiado en absoluto con las fiestas navideñas. De hecho, desde que dejó la olanzapina hace meses ha sido básicamente lo mismo. Tuvo otra leve mejoría al abandonar el valproato y nada más.

Lo que le ha mejorado son las ganas, la disposición a la vida, la determinación a estar mejor.

Con las fiestas nos relajamos un poco y no hemos podido hacer yoga, nos hemos pasado de sueño y la rutina se ha ido un poco al traste. Pero a mí me hacía falta esa pausa: tomarme la vida como si no estuviéramos enfermos.

A veces, por las noches, todavía me da una poco de ansiedad. Casi siempre me pasa cuando, sin querer, me pongo a rumiar pensamientos que sé que me hacen mal (sobre la "enfermedad" de Teo, sobre lo malo en mi vida, sobre mis hermanos enfermos, sobre mi padre malévolo). También, el clima de estas fechas me ha afectado. Siempre he sido muy sensible al clima (a veces me doy cuenta que soy yo la que cumple con más rasgos del TB), y generalmente me deprimo. Esta vez no ha sido la excepción, la diferencia es que ahora estoy más atenta y preparada para sobrellevarlo, así que no ha sido tan grave como otros años.

Mi pronóstico es optimista. Parece que Teo va saliendo de este oscuro momento que nos deparó la vida. Pero debo estar muy muy atenta, porque a veces uno se deja engañar por lo que dictan los deseos.