lunes, 7 de agosto de 2017

Pasó lo que más temía: la infidelidad (y una nueva crisis)

    Esta vez escribo, con la crasa intención de desahogarme; porque, a veces, las epístolas ayudan llevando la carga de la quejumbre; porque a veces necesito saberme vertida, sentir que mis cuitas están letradas y que, por ello, son menos. Necesito una tábula rasa de apoyo, como la pantalla de la fluorescente, que no me juzgue, pero que me consuele con el simple hecho de decir lo que se lee sobre mí.
    Ni Teo, ni mi matrimonio no estaban bien desde hace tiempo, yo lo sabía; pero a veces quise omitirlo, a veces quise pensar que era producto de mi ansiedad y aprehensión y que todo era cuestión de esperar. No obstante, no estaba preocupada o alarmada, porque desde que formulé el deseo de casarme con Teo, siempre estuve segura que esta elección de vida era un camino que mantendría con plena convicción, mí acto de fe  de máxime estoicismo.
    También sé, desde que conozco a Teo, que quizás él no es el hombre óptimo para una mujer como yo (sea lo que eso signifique): su ímpetu es arrollador, de una manera que atropella mi delicadeza con la prisa de su pasión inconmensurada; desconoce la fineza de mi espíritu porque es obtuso a la hora de ver ciertas sutilezas que lo hilvanan; carece de la perspicacia emotiva que mi timidez requiere y mis emociones más escindidas quedan extraviadas desde su horizonte; además, es demandante de manera voraz e implacable, lo que choca con mi necesidad de tener un espacio íntimo y cimbrar mi sitio. Lo he sabido desde hace mucho, y por esa razón, me había resistido al encanto y atracción que paradójicamente me producen esas mismas cualidades. Muchos año tuve muy claro que Teo era un hombre que me podía lastimar por el simple hecho de ser él como es y yo como soy. Además, yo siempre quise "un artista”, un hombre sensible y sereno, y Teo es muchas cosas, menos eso. ¿Por qué me casé entonces con él? Pues, porque a final de cuentas, uno se casa porque se enamora perdidamente y Teo reapareció en mi vida cuando yo más dispuesta y hambrienta estaba de enamoramiento.
    Con el tiempo he observado que las razones que provocan que dos personas permanezcan juntas se nombran bajo una serie de valores y sentimientos que aprendemos a identificar bajo el concepto “amor”: a veces la costumbre, el apego, la comodidad, a veces la lealtad, el cariño, la admiración, a veces la necesidad, la compañía… Me refiero al “amor” distinguiéndolo del “enamoramiento”, porque si bien pueden tener una misma raíz y ambos entrañan una fuerza unificadora entre individuos, el enamoramiento es siempre fugaz y platónico, mientras que el amor tiende a ser perenne y es real.
    Pienso que el amor es el motor que le da inercia a nuestras vidas, una inercia necesaria para proyectarnos y desarrollarnos en distintos aspectos de la existencia. No obstante, existe una fuerza que puede cambiar esa inercia: el enamoramiento y su concomitante pasión, eso que nos da la capacidad de construir y destruir, de iniciar, cambiar o detener el trayecto de nuestra vida. Así, el enamoramiento que Teo despertó en mí me llevó a destruir mi amor por mi ex pareja, para construir un hogar a lado de Teo.
    También, durante mucho tiempo pensé que el enamoramiento siempre logra ser más poderoso que el amor, y que –lo justifique todo o no– poco podemos hacer cuando su fuerza nos azota. Sin embargo, recientemente, he constatado que la inercia de un amor bien cimentado puede derrotar un enamoramiento ardiente o el anhelo por experimentarlo. Y he aprendido que la inercia de un amor bueno nos hace permanecer y cimbrar un cambio profundo –no en el trayecto, sino en los agentes de él– para poder adaptarnos a ese amor y al camino que nos dicte. En resumen, un amor también puede ser apasionado, más que el enamoramiento.
    Pero volvamos a mi historia. Al poco tiempo de estar casada, constaté que yo tenía razón: Teo no es el hombre ideal para mí, pero ¿acaso existe ese hombre? Yo estaba enamorada y ya lo amaba, por eso estaba dispuesta a serme cabalmente fiel, a honrar mi palabra, a seguir en pie con esa decisión de vida que tomé junto con mi alianza de matrimonio. Decidí portar y defender ese símbolo hasta el final “natural” del compromiso mutuo, porque Teo era un hombre que se merecía toda mi entereza, un igual por quien tenía rotunda admiración y sentía un profundo orgullo. Además, confiaba ciegamente en que él lo haría igual y con la misma convicción, lo que me daba una fuerza de voluntad que nunca había concebido. Así, descubrí que el amor fundado en el enamoramiento es más fuerte que el fundado en la costumbre y la comodidad, porque esta vez, a diferencia de con mi ex pareja, no estaba dispuesta a sacrificarlo, ni a perderlo; porque esta vez, tenía a un hombre que movía en mí una fuerte pasión por mantener la integridad de mi decisión. Si eso no era lo ideal, no sé qué puede serlo.
    Pasé momentos muy duros a lado de Teo cuando él tuvo “el primer episodio de manía” y perdió los estribos de su mente, eso puso a prueba mi amor: fue una prueba difícil, enorme, la cual logré superar, y con la que me demostré el poder y capacidad de amar que tengo por Teo, con la que le di perspectiva al compromiso del matrimonio, con la que entendí que mantener en pie mi decisión, podía ser sumamente difícil; entonces entendí lo que realmente implica el matrimonio: “estar en las buenas y en las malas”. Superar la prueba me hizo valorar aún más mi amor por Teo, y me dio la convicción y andamiaje necesarios para que ahora –aunque tambaleante, pues parte de su cimiento ha quedado despedazado– se sostenga mi matrimonio.
    Desafortunadamente, con ese episodio también comenzó mi depresión, una depresión que arrastré por años, como cobija vieja, y que se instaló en mi rutina sin siquiera darme cuenta. Aunque con el tiempo vino la calma y ambos nos recobramos relativamente, parte de mí quedó destruída, y esa parte mía se volvió una ruina cansina.
    Quizás por el sopor de esa depresión, hace unos dos años comencé a sentir una falta espantosa. Teo había trasladado su trabajo a otra ciudad y, por razones que ahora me parecen insuficientes, yo conservaba mi trabajo y residencia familiar en el desierto. De pronto, me vi envuelta en una rutina de soliloquios, en la que añoraba la vivacidad del enamoramiento, la compañía continua de un hombre que me acariciara y que compartiera conmigo las minucias del día a día. Teo y yo descuidamos la pareja sin percatarnos del desgaste, dimos nuestro matrimonio por sentado, sin alimentarlo con nuevos retos, sin preocuparnos por cultivar nuevos anhelos en el otro, sin tomarnos tiempo para evaluar su estado. Así, el impulso de mi amor por Teo se había debilitado; por una parte, tras el miedo que había parido mi depresión, y por otro, tras el olvido de nosotros por “nosotros”.
    De pronto, me enfrentaba a la dura tarea de mantener mi matrimonio sin el ímpetu de la pasión, sin tener esa fuerza constructora, sin la base de la cotidianidad, sin el alimento del interés mutuo y sin la continuidad de los cuerpos amaneciendo cada día en la misma cama. Lloré muchas noches sintiéndome sola, alguna vez pensé en el divorcio, porque sentía que Teo no estaba a mi lado para ayudarme a combatir esa falta con compañía y confort, que él no era capaz de darse cuenta de mis ruinas, así como yo no era capaz de comunicarle por lo que estaba pasando. No obstante, nunca olvidé mi pacto, y me armé de todo el valor que pude para seguir a su lado y, sobre todo, para seguir amándolo.
    Pero los estragos de “la falta” y el descuido no tardaron en hacerse notar. Un día conocí a Pedro, casi diez años más joven que yo, guapo, culto, inquieto intelectualmente, diferente, con cierto sex-appeal invocado desde su pose de todasmías, sensible, capaz de ver mis sutilezas y dictármelas al oído con un deseo flamante por mi cuerpo, un hombre nuevo que pedía vehementemente y con creatividad sinvergüenza estar conmigo, un hombre que me regresaba en el reflejo de sus ojos una versión embellecida y sensual de mí misma, un hombre que intuyó mi poder renovador y creativo más allá de mis ruinas, “un artista”, un hombre que me recordó que soy una mujer llena de pasión. Sin quererlo, me encontré deseando a Pedro poderosamente, tentada a arrojarme a un enamoramiento absoluto por él, más que nada, porque me gustaba la imagen que me devolvía de mí misma: una Kiki audaz, inteligente, alocada, sensual, voluptuosa, hermosa, ¡viva! Sentía que la Kiki que Teo me regresaba desde su discurso condescendiente y su acento golpeado era una Kiki debilitada y quejumbrosa, una Kiki incapaz, rota, inconforme y miedosa, y odiaba la forma en que me percibía a su lado.
    ¡Qué ganas de perderme en el deseo, de omitir el hecho de mi matrimonio y arrojarme a esa experiencia que me prometía una vida reintensificada! Mi entraña me gritaba como si fuera una adolescente y me encendía una chispa que había olvidado era capaz de tener. Después de estar con Pedro, me sorprendía flotando sobre un paso sagaz y aventurero por las calles, impregnada con una felicidad que parecía inaudita y me elevaba al grado del enamoramiento ardiente, como no recordaba haberlo tenido por nadie, muy probablemente, porque era más prohibido que nunca y estaba aderezado de un placer mórbidamente culposo.
    Nuevamente, mi convicción y compromiso por la fidelidad a mi matrimonio me salvaron de esa aventura. No estaba dispuesta a deshonrar a un hombre como Teo por nada del mundo. Fui capaz de prever el seguro desastre que me esperaba tras la traición que implicaba una aventura con Pedro. Una traición a mi matrimonio, pero sobre todo, una traición a mí misma. También sabía que era probable que se tratara de una mera ilusión, de un engaño del deseo, de un frenesí robado desde mi falta: la falta que me hacía mi esposo en mis anhelos, la falta de una pasión que hace tiempo no había entre nosotros. Era seguro que la satisfacción de sea pasión fugaz que despertaba Pedro en mí no compensaría la culpa que iba a sentir, y nada me podría quitar la suciedad que quedaría en mí tras echar unos polvos flamantes y vivir un romance espurio. Con todo y enamoramiento y artista, lo que devendría tras esa aventura era imperdonable. Lo dejé pasar. Y aunque me pude librar de la tentación, no me pude librar del recelo y el resentimiento. Sin saberlo, culpé a Teo de ese momento de felicidad escapado, de ese sentimiento acre que surge cuando renuncias a algo muy deseado, y me amargué. Poco después, Teo conocería a Paulina, y la vida se reiría de mí en mi propia cara.
    Teo estaba trabajando de lunes a viernes en otra ciudad, y sólo nos veíamos los fines de semana. Como yo estaba resentida, me sentía, además, abandonada; quizás por eso, inconscientemente, comencé a mostrar rechazo y desinterés por las cosas que él me ofrecía compartir, cosas que en otro tiempo hubiera matado por hacer o hubiera compartido con satisfacción plena, llena de gozo por estar a su lado. Poco a poco fui alejándome de Teo, y Teo se alejó de mí, sin querer hacer un esfuerzo por no soltarme. Dejamos de darnos vida, así de simple. Y un día, por la calle, una mujer atrajo su atención y él se dejó llevar por ella. Teo se dejó tentar, primero por su cuerpo, luego por la fantasía de tenerla, más tarde por el deseo de poseerla como algo suyo. La penetró, olió su piel, su pelo y su sudor. No paró ni la primera, ni la segunda vez; continuó besándola y hacinando su cuerpo desnudo al de ella. Se dejó embrujar por la morbidez de un deseo prohibido y confundió todo ese impulso con amor. Se inventó y empujó un enamoramiento del recelo y la intensidad de la mentira. Omitió su matrimonio obnubilado por la euforia, sacrificó nuestro amor limpio y cabal, por un enamoramiento forzado por el trajín de un ardor adúltero y una mujer de cuerpo grácil y fácil carisma.
    Ella se llama Paulina, ella es el monstruo de toda mujer casada, la mujer con la que me comparo y me mido sin querer, cada día frente al espejo, rendida ante mi falta de juventud y novedad, ante mi carácter a veces áspero y tímido. Ella es una sirena, una mujer de moral liviana que puede dejarse llevar por el mero impulso del placer, que se justifica tras un experiencialismo existencial egoísta, pero que es de fácil trato y sonrisa inmediata, más joven, más firme de carnes y más bonita; una mujer nueva, que es fresca y emana intensidad, una mujer que en noviembre se topó con Teo intoxicándolo con endorfinas y dopaminas, y en diciembre logró convencerlo de dejarme por ella, cinco semanas después de conocerla, cuando él actuaba acelerado por el impulso de los celos, enloquecido de deseo por otro cuerpo flamante y recién descubierto, bajo la excusa de que vio “otra vida” –según las propias palabras de Teo–, “otra vida” para vivir sin una mujer amargada como yo lo estaba, sin la pesadumbre de un matrimonio descuidado, por el que no quiso seguir luchando, porque estaba deslumbrado por la belleza narcisista de Paulina, por su barullo intenso y  su discurso despreocupado.
    “Otra vida”, ¿¡Otra vida!? No puedo dejar de pensar que en la referencia de esa frase va implícito el desprecio por “esta vida”, la que le puedo ofrecer yo, una vida que dejamos de construir, una vida sacudida por la manía y la depresión, una vida por la que decidí dejar de suspirar y a la que él decidió dar la espalda, porque resulta que el matrimonio es un esfuerzo constante.
    Como las cosas entre Teo y yo se habían enfriado, yo me había empeñado en buscar un hijo, pensando que era lo que nos hacía falta para evolucionar. Teo y yo comenzamos a someternos a varios métodos de reproducción asistida de manera activa, quizás más por necedad que por convicción. Irónicamente, el hijo se hizo patente con una disincronía –o sincronía– increíble, que cambió, para bien o para mal, el desenlace de la infidelidad de Teo. Quedé embarazada en diciembre, antes de lo previsto y “fuera de lo planeado”; aunque eso es relativo, puesto que habíamos planeado una in vitro que se concretaría en enero. Mi embarazo arruinó los “otros” planes de Teo: dejarme. No pudo decirme nada, porque decirme que me dejaría por otra, en mi estado de gravidez, no es de hombres, era demasiada vileza. No tuvo más alternativa que apechugar y seguir casado conmigo. Y yo no supe de Paulina, y Paulina tuvo que quedarse en la sombra, aunque la que realmente estaría en la sombra era yo.
    Paulina misma me describió, tiempo después, como ella era la novia de Teo, Teo ni siquiera tenía el cuidado de ocultarlo; tanto así, que él había “avisado” a sus mejores amigos y algunos cercanos de su inminente divorcio. Según las palabras de Paulina “ella era la mujer que Teo tenía ganas de presentar en su vida”, porque era “la mujer que realmente lo hacía feliz”, “de quien se sentía orgulloso”. Ella, a quien llevaba de vacaciones, presentaba en cenas, quien vivía los privilegios de ser su mujer, con quien compartía lecho, cuitas y alegrías en su día a día. Yo estaba reservada y bien oculta en el desierto, aunque ante su familia no le quedaba más remedio que seguir llamándome “esposa”. Durante los meses que duró su aventura, Teo me tuvo aprovisionada con visitas semanales, donde huía de mí bajo la excusa del trabajo, llagando a casa muy tarde y yendo a pescar tan pronto podía. Luego, las visitas fueron quincenales, y finalmente, ausencias largas y llamadas rápidas en las que me trataba con compromiso y sequedad. Yo comenzaba a resentir cómo me trataba con cierto toque de indiferencia, a veces con exasperación, y en la cama me ofrecía un sexo despojado. Entretanto, yo iba macerando un recelo espantoso, intuyendo fuertemente la existencia de otra, pero todavía creyendo que un hombre como Teo no podía ser capaz de mentirme a mí: su esposa; sobre todo a mí: su mejor amiga.
    En diciembre, Teo me había dicho que tenía “dudas” sobre si yo era la mujer indicada para él, pero había negado rotundamente tener una amante. En ese momento me hizo sentir una mierda de mujer, porque me señalaba como la culpable de su incapacidad por vivir una vida llena de aventura y plenitud, como si yo lo tuviera sujeto y obligado a la mediocridad existencial. Además, cuando nos enteramos de un inminente embarazo, me pidió que considerara abortar. De todos los momentos de este horrible drama, ese ha sido el más amargo y doloroso de todos, la herida más profunda que me ha hecho, porque para poder ocultar su infidelidad me mintió con una artimaña que me redujo a un ovillo estrujado de mujer indeseable, y me pidió matar el engendro de un amor que yo cultivaba celosamente, a pesar de mi propia infelicidad. Aún no estoy segura de haber perdonado a Teo por mentirme en eso, y aún no estoy segura de haberme perdonado por dejarme sentir así. En ese momento bajo de mí misma, me sentí tan débil que no pude invocar el divorcio, pero sí le dije a Teo que yo no iba a abortar y que, si ya no me quería, saliera definitivamente de mi vida. Su homeópata me convenció de darle tiempo, cuando yo estaba a punto de pedirle el divorcio. Nos dimos una tregua que él interpretó como un comodín para estar con Paulina sin culpa, ni reservas. A los 15 días él regresó aparentemente convencido de querer seguir con nuestro matrimonio; enseguida supe que se estaba obligando a sí mismo, pero le creí, porque necesitaba creerle. Luego, un día de abril descubrí la existencia de Paulina.
    Era ya muy evidente que Teo tenía una amante, así que yo solo estaba buscando “la prueba”. Muchas veces le pregunté a Teo si no tenía otra mujer, y aún hoy me sorprendo de la entereza y convicción con la que él lo negaba rotundamente. Pero su teléfono lo delató: una serie de mensajes y referencias cruzadas me indicaron que en su último viaje a Europa se había llevado a otra, otra que presentó con su socio como “su mujer”. En ese mismo viaje, según Paulina, ambos hablaron de matrimonio, de tener sus propios hijos, otros que no eran mi bebé.
    Pero Teo fue descubierto. Al principio intentó imponerme con intransigencia la omisión de la evidencia que yo acababa de constatar, tratándome con ese autoritarismo con el que se había acostumbrado a retarme y que es una clara constante de sus manías; pero el peso era rotundo, y al final no pudo hacer nada más que bajar la cabeza, aceptar la culpa y recibir mis golpes. Con el azote del descubrimiento comprendí muchas cosas que habían pasado en los últimos cinco meses: las ausencias, el alejamiento, la falta de caricias, el mal sexo sin pasión, los reproches, la falta de paciencia, las malas caras, las dudas… Mi primer impulso fue reformular el divorcio, un divorcio que ya se había convertido en un lugar tan común, y que parecía lo más natural y consecuente. Pero luego pasaron dos cosas que me han sorprendido increíblemente:
    Una, que yo no pude dejar a Teo, como siempre imaginé que lo haría si descubriere una infidelidad; en cambio, mi impulso fue perdonarlo. Mi cuerpo entero se desmoronó anímica y físicamente y no pude seguir adelante en mi tentativa de alejarme de él, sino que tuve que detenerme en el filo de mi orgullo, dejar que me cortara por la mitad y me sangrara el alma, porque todo mi ser me pedía regresar y perdonarlo. La otra, que en ese momento de verdad, cuando Sebastian por fin se vio despojado del peso de las mentiras, tampoco fue capaz de dejarme por Paulina, a pesar de que la oportunidad se le presentó en charola de plata. Incluso intentó seguir mintiendo y pintar su aventura como algo irrelevante. Recuerdo que después del shock de la noticia, pude serenarme lo suficiente y decirle: “Te lo voy a preguntar una sola vez: ¿Quieres divorciarte?”, a lo que el respondió: “No”.
    ¿Por qué ambos reaccionamos así?, ¿Por qué yo no pude dejarlo ir y él no aprovechó mi petición de divorcio? Es obvio que yo ya no estaba enamorada de Teo y encima había sido engañada; y era obvio que Teo se había enamorado de otra. He querido pensar que fue el amor entre nosotros, lo "que fue más fuerte que la falta de pasión y la pasión misma, juntas y combinadas en ese precipicio de vida.
    Yo le impuse un ultimátum y él tuvo que elegir.
    Paulina cuenta que ella lo dejó con Teo después de que él hubo sido descubierto, “porque se sintió presionada por él para resolver su relación”, una relación sobre la que ella misma tenía muchas dudas, “porque se había dado cuenta de que no había olvidado a su ex y porque no quería destruir una familia”, “por el karma…” (¿!); pero, “si ella hubiera querido, Teo nunca hubiera vuelto a mi lado”. Con esas palabras, Paulina se aseguró de engendrar en mí una duda aguda que me espinará quizás toda la vida, una espina clavada en la convicción del amor que Teo dice tener por mí. Gracias a ella y a su “solidaridad femenina” obtuve rápidamente una versión de la historia sin censuras, con material documental y gráfico incluido. Paulina se encargó de que yo supiera detalles innecesarios y muy dolorosos, por lo que a Teo no le quedó más alternativa que mostrarse descubierto, aunque no completamente sincero, quizás por vergüenza, por protección, por consideración, por miedo, qué sé yo.
    Pero el peor daño fue la confesión de Teo: “Después de cinco semanas de conocerla, decidí dejarte”. Por lo que haya sido, saber que estaba determinado a dejarme, saber que en su cabeza bien valía la pena sacarme de su vida, ha sido lo más desgarrador. No sé si algún día podré volver a esas palabras sin sentir la profundidad de un abismo sobre mi pecho.
    En un inicio, imaginé que Paulina era una mujer extraordinaria, la concebía como una especie de amazona sabia y poderosa. Si Teo se había enamorado tanto de ella, como lo ilustraban sus mensajes: “la mujer a la que más intensamente he amado en mi vida”; si había estado dispuesto a dejarme a mí y a su hijo por otra, seguramente Paulina era una mujer que, además de más hermosa, era simplemente mejor que yo: más fuerte, más inteligente, más divertida, más culta, más sensual, más grácil, más sabia, más sensible… sobre todo, más capaz de hacerlo más feliz, ¡más! Sé que es estúpido pensar de esa forma, pero la infidelidad te destruye la autoestima y la única explicación posible se vuelve esa: ella es mejor que yo, punto. No obstante, en muy poco tiempo descubrí que Paulina era, sí guapa y de cuerpo bien trabajado, muy probablemente alegre y carismática, pero poseía una mente ordinaria, de expresión ramplona, era capaz de ser mezquina y sus acciones desvelaban egoísmo, inmadurez, inconsistencia e inconsciencia. Irónicamente, entonces, me sentí decepcionada, porque yo ni siquiera merecía ser dejada por alguien extraordinario, porque incluso una mujer como ella era preferible a mí, porque yo era ya vieja, amargada, fláccida y agria, y sobre todo, incapaz de hacerlo lo suficientemente feliz.
    Por salud mental, he decidido creer que Paulina no actuó por maldad al contarme todas esas cosas, imagino que debió ser doloroso también para ella y lo que hizo, lo hizo desesperada y despechada. “Yo iba a ser su futura esposa”, me dijo, “ya nos habíamos casado sin papeles”, escribió, “él me prometió que te dejaría porque ya no lo haces feliz”, repetía en sus mensajes.
    La infidelidad es horripilante, despiadada, desgarradora y nauseabunda; el amor queda sucio, la autoestima hecha mierda, la confianza despedazada.
    Quiero creer que para Teo tampoco fue fácil. A pesar de todo, no considero que él sea un hombre falso o un canalla, sino un hombre que cometió un horrible error. Casi paga ese error con su propia cordura, pues estuvo a punto de perderse a sí mismo y todo lo que ha construido. Después de descubrir la infidelidad de Teo, descubrí que me había mentido en otra cosa también: había vuelto a fumar mariguana exponiéndose a otro episodio de psicosis. Con Paulina había retomado el hábito de fumar mariguana desde noviembre, justamente fue cuando comenzó a mostrar signos de manía: euforia, hiperactividad, grandilocuencia, irritabilidad, intolerancia. Yo estaba tan resentida, que no fui capaz de hacer nada, a pesar de que era muy notorio el cambio, pero –nuevamente– no creí que Teo fuera capaz de someterse a ese riesgo.
    Quizás una cosa alimentaba a la otra: la manía a la infidelidad, y la infidelidad a la manía, la mariguana a la manía, y la manía al descuido de seguir fumando; y Teo se vio envuelto en una espiral de vicios, traiciones, errores y malas decisiones, intoxicado por esa euforia cada vez más maniaca. Cuando fue descubierto por mí y tuvo que enfrentarse a la decisión de dejar a su amante, sufrió un episodio en el que casi pierde la cordura, porque nos “amaba a las dos”, y se vio obligado a una bifurcación imposible desde su locura latente. Esta vez no pude ayudarlo, por mi embarazo, por la traición, porque se había metido en ese hoyo por decisión propia, a sabiendas de los riesgos. Yo tenía que alejarme de su lado, resguardarme con mi madre, intentar sanar mis heridas antes de morir infectada de odio, resentimiento y decepción. No sé cómo logré salir a flote del fango oscuro en el que me encontraba. No sé cómo Teo logró salir de su episodio, lo hizo sin ayuda de la medicación alópata, tomando plantival, con acupuntura y meditación, en tan solo una semana. Aún no logro comprender los mecanismos de estas manías.
    Tras la crisis de Teo y después de recuperarme en casa de mi madre, entendí que lo de Paulina y Teo no era ni tan profundo, ni tan verdadero como yo había creído en un principio. Comprendí que el enamoramiento de Teo mucho se lo debía a la euforia; y su deseo de dejarme, a la falta de perspectiva por el mal estado de nuestro matrimonio. Aunque sus sentimientos e intenciones fueron reales, no su fundamento, pues su naturaleza era oblicua y forzada. Su enamoramiento no fue producto del encuentro de dos seres que se admiran y reconocen como iguales, que comparten valores profundos, intereses trascendentes, así como anhelos mundanos, intelectuales y existenciales; más bien había sido un enamoramiento dado por un fuerte pero vano momentum. Quizás Paulina es quien lo ha descrito de la mejor manera: “Nos dejamos llevar por el rush y porque compartíamos hobbies”. A veces pienso que Teo huía de mí y de sí mismo en esa infidelidad.
    También me di cuenta de que Paulina no amó, ni quiso, ni conoció a Teo, ya que sus actitudes, comentarios y acciones posteriores descubrieron a una mujer ignorante del tipo de persona que es Teo, egoísta y poco dispuesta a hacer algo por él. No quiso estar con él cuando Teo necesitó auxilio en su crisis. Tiempo después, supe que Paulina había vuelto con su ex, justo después de dejar a Teo. Para mí, ese “amor” no podía ser legítimo, aunque es claro que hubo un poderoso deseo y atracción entre ambos; lo que me produce unos celos ardientes que a veces me atormentan en las vueltas de un insomnio espeso y adolorido.
    Múltiples voces me aconsejaron que dejara a Teo, así de simple, no se merecía nada de mí y era “un inestable”. Sólo mi madre, mi hermano y mis mejores amigos supieron escucharme sin emitir juicio u opinión; me consolaron, me apoyaron, me apapacharon. Cuando yo más determinada estuve en divorciarme de Teo, cuando sentí que esa era la única manera de encontrar alivio en mi vida, mi madre me dio el mejor consejo: que me diera tiempo antes de tomar la decisión, es más, que confiara en que el tiempo iría poniendo todo en su sitio. “Si lo mejor es que se divorcien, llegará el momento para hacerlo, pero ahora mismo no estás en condiciones de decidir nada”. “Convierte ese dolor en generosidad y amor”. “Perdónalo y siente alivio con ello”. La gente que realmente me conoce supo ver que yo amaba a Teo profundamente, que él era eso que se proclama como “el amor de mi vida”, y quizás intuyeron que alejarme de él, sin antes luchar por ese amor, me iba a corroer por dentro.
    A pesar de que la infidelidad de Teo me ha dolido como ácido corriendo por las venas, estaba aprendiendo la lección de vida más grande: el amor puede ser más fuerte que mi orgullo y amor propio. Supongo que el amor que siente Teo por mí concomitante a la existencia de mi bebé ha sido más fuerte que su impulso por Paulina. Si Teo y yo no sintiéramos un amor profundo el uno por la otra, nos hubiéramos dejado llevar por nuestras respectivas pasiones: mi deseo por Pedro, su euforia por Paulina, mi cólera por el descubrimiento de su engaño… Aunque, en lo que respecta a Teo, una certeza persiste dolorosamente: si no hubiera quedado embarazada, él me hubiera dejado categoricamente.
    Después de la tormenta, decidí hacer una pausa de pasiones para observar mi vida y poder tomar una decisión. Antes de poder tomarla, me he propuesto perdonar. Le pedí a Teo que continuáramos juntos hasta después del nacimiento de mi bebé, que intentáramos estar bien durante ese tiempo, que nos diéramos completamente el uno a la otra. No es fácil. Muchos días me invade la rabia y el dolor, casi todos los días hay un momento de punzada ardiente que me parte el alma; no obstante, hay momentos, fugaces espacios de tiempo en los que logro experimentar la empatía, breves oasis de existencia en donde contemplo las cosas que sucedieron sin juzgarlas, comprendiéndolas desde una razón más trascendente; en esos lapsus experimento paz y me doy cuenta de que quiero vivir así, sin el peso de ese ardid.
    Al final, pienso que si Teo y yo somos capaces de superar esta crisis y ser felices con nuestro matrimonio, a pesar de todo, habremos encontrado un amor de una inercia poderosísima, más fuerte que el ímpetu de cualquier enamoramiento y manía. La cuestión es esa: ¿seré capaz de superarlo? Sigue doliendo, sigo sintiendo un amor sucio, ajado y, por lo tanto, a veces lo desprecio. ¿Cómo convertirlo en amor puro otra vez? Por otra parte, ¿cómo volver a sentirme deseada por Teo?, ¿cómo confiar en que su amor por mí es suficiente y verdadero?, ¿cómo no sentirme absurda a su lado, cuando sé que desea con un impulso tan fuerte a Paulina? Como mujer necesito sentir que despierto pasión en el hombre que me acompaña y que esa pasión es completa, quiero sentirme amada con rigurosidad y carnalidad, no con cariño y consecuencia, sino con frenesí voluptuoso y entero; mi naturaleza me pide sentir el arrebato y quid de una pasión plena… y la infidelidad me ha robado todo eso.
    ¡Yo quiero ser la sirena! ¡Yo quiero ser la sirena que escuche, anhele, deseé y ame Teo!, ¡la única! ¡Quiero todo!
    Por lo pronto, Teo no me ha devuelto mi alianza de matrimonio –ni yo se la he pedido. Él me propuso casarnos de nuevo, yo le respondí que me lo pidiera cuando la hubiera olvidado a ella completamente. Dudo aún que llegue ese día; no obstante, cada vez constato más nítidamente el amor profundo que siento por Teo y me pregunto si mi solo amor será suficiente para mantener nuestro matrimonio. Creo que no, y tiemblo de miedo.
    También he pensado en la otra opción: perdonar a Teo dejándolo ir, encontrar la paz sin él a mi lado como esposo. Me da tranquilidad saber que existe esa opción y que la percibo, no como peor o mejor, sino como otra alternativa para ser feliz. Siempre amaré a Teo, siempre será el padre de mi bebé; pero quizás la inercia que conduce nuestro amor no implique una vida de pareja.