martes, 28 de octubre de 2014

Aprender a estar mal

Antes del circo bipolar me pensaba como una mujer fuerte. No sé si era una mala impresión que tenía de mí misma, que ignoraba la magnitud de mis debilidades o que, de alguna forma, me debilité. Supongo que es una combinación de ambas cosas: por una parte idealizaba mi fortaleza y ello me impidió darme cuenta de que necesitaba ayuda, así que el trauma de vivir el episodio maniaco de Teo me dejó blanda.

La primera cuestión es ¿qué se debilitó?

Suponiendo que fue una combinación de dos cosas las que me hacen sentir ahora tan vulnerable, me he puesto a pensar en cómo esos dos aspecto se debilitaron:

Por una parte, ahora entiendo que mi autosuficiencia tiene un límite y que debo pedir auxilio cuando éste llega. Pero no logro confiar en nadie más que en mí misma para auxiliarme. Pienso que los demás son o más débiles que yo o gente a la que no le intereso. Por lo tanto, me siento desolada.

Por otra parte, ahora siento que las cosas me afectan más que antes. Los problemas que antes hubiera manejado con frialdad, hoy me acongojan a niveles absurdos. Me angustian cosas que están fuera de mi control y sufro por empatía mal canalizada. Por lo tanto, me siento abrumada e impotente.

Desolada, abrumada e impotente = futura deprimida.

Y pienso ¿por qué la empatía que me causa sufrimiento no puedo usarla para fomentar en mí la confianza de apoyarme en otros?, y ¿por qué no puedo desprenderme de aquello que está fuera de mi alcance? ¿Cómo? ¡¿Cómo!?

Mi conclusión es que durante la crisis de Teo reforcé el aprendizaje nocivo de mi infancia atormentada: re aprendí a aprender a estar mal. Sé bien, y lo he recordado fielmente, cómo entender el mundo para sentirme mal.

La siguiente cuestión es ¿por qué aprendí a estar mal?, ¿qué beneficio puede haber en ello? y ¿por qué la crisis de Teo destapó la caja de pandora?

Kiki
---

p.d. Teo sigue en total eutimia. La que nunca se ha terminado de componer soy yo.


martes, 1 de julio de 2014

Mi isla de miedo


Teo, inquieto como es, siempre ha gozado con expediciones al mar, viajes exóticos y actividades que siempre pensé estaban más allá de mis capacidades. Yo soy más bien del tipo hogareña y por mucho tiempo me he sentido físicamente incapaz de realizar actividades que yo considero "extremas". No obstante, a lado de Teo me he empujado a seguirlo, y así, ahora soy capaz de esquiar o explorar el mar. Pero siempre lo hago con miedo, miedo a las alturas, miedo a la velocidad, miedo a la profundidad, miedo al mar. Así que en lugar de sentir satisfacción por haber vencido mis aparentes limitaciones, siento sufrimiento por estar haciendo algo que me produce mucho miedo.
Me doy cuenta de que el miedo es una molestia constante en mi vida, y sospecho que su veneno permea más allá de lo que yo percibo. Lamentablemente, vivir con alguien como Teo hace que ese miedo se manifieste con más potencia, ya que todo él es un factor de riesgo (porque es extremo, porque es bipolar...), y desde su crisis maniaca, mi vida se ha transformado en una gran ampolla de miedo que constantemente se revienta y se vuelve a formar.
El miedo hace que perciba la realidad distorsionada, me limita y me puede llegar a causar un sufrimiento impensable, como hace poco sucedió.
Hace un par de semanas Teo y yo fuimos remando hasta una isla desierta para hacer buceo libre. Estábamos ahí solos, él se sumergía intermitentemente en la profundidad y yo flotaba plácida viendo desde la careta las criaturas del mar. De pronto, un lobo marino me empujó. El todo me aterrorizó, perdí la calma y sentí que tenía que salir del mar. Teo dice que yo lloraba, yo sólo recuerdo que en la orilla me temblaban las piernas y no podía caminar. En algún momento Teo me dijo que yo siguiera a pie y que él me alcanzaría nadando. Yo caminé hasta la orilla y esperé lo que me pareció una eternidad, dejé de ver a Teo y en menos de cinco minutos me convencí de que había muerto ahogado. Grité, grité desesperada y sentí como la garganta se me desgarraba en los gritos. Aún recuerdo la horrible sensación de pensarlo muerto, la ocurrencia de tener que remar de regreso sola, de imaginarme cuando sacaran su cuerpo inerte del mar. Estaba histérica, alterada y desconsolada hasta el ridículo. Corrí de un lado a otro de la orilla tratando de buscarlo, me dispuse a saltar al mar y me reproché con amargura no poder nadar, paralizada por el miedo, pensé que era mi culpa todo, era mi culpa su muerte, porque no servía para haberlo acompañado en el mar. Al final corrí hacia donde estaban las barcas para regresar, gritaba aún, batía el chaleco salvavidas en lo alto esperando que alguien me viera, cuando de pronto escuché que Teo me gritaba "¡aquí estoy!".
Lo más natural hubiera sido pensar eso: que Teo había nadado hasta las barcas, en lugar de salir a la orilla donde me había dejado. Incluso, que había decidido pasar un rato más buceando... pero por alguna razón, mi mente siempre decide pensar lo peor.

La manera en que me sentí, lo que pensé y lo que experimenté fue una réplica de lo que viví hace dos años con la crisis de manía de Teo. Y entre todo ese miedo, ahora pienso que, si no dejo de temer lo peor, seré incapaz de ayudar a Teo si el me necesita alguna vez.


lunes, 16 de junio de 2014

La sombra

Teo y yo volvimos a la "vida normal", ya casi nunca hablamos de "el accidente" y yo he aprendido a vivir sin ese miedo constante y paralizante de que Teo se convierta en un psicótico maniáco y peligroso. No obstante, siempre hay una leve sombra en mi día a día, una sombra que se asienta bajo el monstruoso monumento de la duda.

Dudo: dudo si "el accidente" fue obra de una bipolaridad crónica latente o una crisis aislada desencadenada por una intoxicación, dudo si acaso no estaremos haciendo lo suficiente para procurar una vida sana, dudo si acaso la manía está acechante cada vez que Teo se emociona demasiado, dudo de poder lidiar con otra crisis, dudo de que Teo y yo podramos lograr tener una vida "normal", dudo de si podré ser capaz de soportar la sombra de la propia duda.

Soy muy feliz con Teo, cada día que paso con él me siento enamorada, maravillada de que un hombre como él se haya enamorado de mí, de tener la suerte de no habernos perdido de vista. Pero luego siento que ese amor es una carga o una condena. Y no sé cómo es posible que el sentimiento de amor conviva con algo tan contradictorio.

Hace una año que Teo y yo decidimos intentar tener un hijo... pero yo lo sé, que nada ocurrirá porque mis dudas me plagan el vientre.

Por supuesto que he pensado en el por qué de esa sombra. Quizás es que me da miedo volver a salir lastimada si Teo tiene otro episodio psicótico, pero también es cierto que ahora tengo conocimiento, experiencia y confianza en que sabré evitar ponerme en una situación peligrosa. Quizás es que no me queda claro si Teo está clara y cabalmente conciente de sí mismo. Él sigue negando rotundamente ser bipolar... y no me interesa que se ponga la etiqueta, pero, definitivamente, me hace falta saber que puedo contar con él para ciudarse, que no omitirá síntomas y que sabrá tomar medidas adecuadas a tiempo. Quizás es que temo que sus ambiciones profesionales, por ejemplo, sean más fuertes que su deseo por permanecer saludable...

... Pero presiento que no es nada de eso (o no nada más). Debo ser yo, yo y algo que no acaba de encajar en mí, un pedazo de mí que se ha quedado dislocado, una pieza que falta, un ángulo que no deseo ver, un nombre para nombrarme que aún no he aprendido.

Me pregunto si otras parejas de bipolares han sentido lo mismo que yo, si es normal esa sombra, si algún día se disipa.




jueves, 20 de marzo de 2014

Dos años

En un mes serán dos años. Una noche hace dos años conocí el miedo en los ojos de mi chico, hace dos años un puñetazo me arrebató de golpe la tranquilidad para siempre. Hace dos años, la persona que más he amado en la vida se sumió en la psicosis y perdió el hilo del bien y del mal. Por unas horas la realidad fue un amasijo apretujado, un aleph incomprensiblemente negro. Luego le siguieron días de desconcierto, semanas de incertidumbre, meses que hicieron de puente entre la angustia, la depresión y la conciliación. Las cuentas me dejan con un año de duelo y secuelas que poco a poco, pienso, van desapareciendo, aunque a veces regresan para enloquecerme, como hoy.

La historia que cuento en este blog es la mía, la historia de la locura que viví yo cuando mi chico abrió la caja de pandora. La historia de él, sólo él sabrá contarla, yo he estado a su lado, pero no puedo más que imaginarme cómo es que pasó del cielo y el nirvana tangible y despierto al sopor inaudito y lodoso que tuvo en su mente.

16 meses desde que Teo dejo los medicamentos bajo la amenaza de volver a perder la razón. 16 meses en los que lo he visto reponerse día a día, sin caer de nuevo en las tentaciones que lo pusieron psicótico: la mariguana. 16 meses de redescubrimiento y disciplina en cuerpo y alma. Ni una sola recaída, nada...

Y ¿yo? A veces pienso, sólo a veces, que ya estoy bien, que toda aquella pesadilla quedó atrás y me repito: "vive el ahora maravilloso que tienes". Teo y yo nos amamos cada vez más profundamente, somos felices y en nuestro hogar no podría haber más pasión y ternura. Con todo y todo, hay días, como éstos, en los que el miedo me regresa como una catarata, los pensamientos se embrollan en ciclos de discos de vinil rayados, sobre los cuales la aguja no deja de rebotar en la marca honda que dejó un día una noche hace dos años.

Me atormenta la posibilidad latente de que vuelva a pasar todo como pesadilla recurrente. Pero me tranquilizo pensando que si pasara sería diferente, por lo menos para mí, porque ahora sí estoy preparada, vacunada contra la manía de mi Teo. Pero estos días, no sé por qué no puedo dejar de pensar en esa noche, si ya hace meses que no la evocaba. Se me ocurre que mi inconsciente me está advirtiendo de algún prodromo que he dejado pasar, y reviso en mi mente cada una de las actitudes de Teo en las últimas semanas: el sueño, el peso, los gestos, los hábitos, la energía; considero si acaso ha cambiado algo pequeño, un indicio aparentemente inucuo que pueda delatarlo, pero no encuentro nada, o bien, todo me parece desproporcinado.

Siento que mis pensamientos pueden volverse contra mí en cualquier momento, temo de lo que pienso, evito pensar en ciertas cosas y me preguto si no me estará pasando a mí algo, si no tendré en mis genes la latencia de un mal mental innombrable.

Nunca dudé de mi cordura, hasta que vi como Teo, el hombre más cabal y racional que conocía, perdió la suya... Pero la cordura es algo tan laxo y subjetivo, o bien, tan castrante y aprehensivo, que quizás no debería preocuparme si, al fin y al cabo, me estoy volviendo un poco loca.