martes, 14 de mayo de 2013

Ansiolítico

A veces Teo llega a casa un tanto agobiado. Aún no sabe muy bien calcularse, es decir, sopesar si sus pensamientos van muy acelerados, si eso será que se está poniendo mal o si simplemente está sugestionado por todo lo que le ha pasado. Como sea, a veces se pone un poco incómodo, estresado o ansioso.

Cuando eso sucede lo escucho. Trato de no alarmarme, de no alarmarlo, repienso si acaso no se me ha escapado algún prodromo, evalúo lo que ha sucedido esa semana. Veo que todo está bien y decido no preocuparme. Entonces le propongo un masaje.

La psicóloga me enseñó algunas técnicas de masajes terapéuticos y me instruyó para que se los pudiera dar a Teo, explicándome la relación entre las distintas partes del cuerpo y su efecto en la mente, cómo es que ciertas emociones se arraigan en los músculos y que su distensión procura, como reflejo, la distensión de las mismas emociones.

En su cumpleaños le regalé una silla de masajes, como las de los aeropuertos. Así que le digo que se ponga en la silla, programo un poco de música relajante, prendo un incienso, pongo luz tenue y pacientemente le doy un masaje con un ungüento antiestrés de lavanda. El resultado es muy efectivo. Teo se queda tranquilo y sereno. Su incomodidad se disipa y recupera el ánimo.

Es el ansiolítico que empleamos.