lunes, 10 de diciembre de 2012

Evolución

El día que Teo le avisó a su psiquiatra que había reducido la dosis del Epival a la mitad, el psiquiatra le dijo que ya llevaba dos meses con los índices terapéuticos por el suelo, así que de nada servía que lo siguiera tomando. Aunque el doctor no estaba completamente de acuerdo, le dijo "Teo, estás muy bien" y le dio cita en un par de meses.
El cambio no fue tan evidente como cuando le quitaron el Zyprexa. Pero, ciertamente, los episodios "incómodos" fueron menguando hasta casi desaparecer. 

En resumen la evolución de Teo ha sido la siguiente:

Semana 0: tras un par de semanas de mal dormir y mucho trabajo, comportamiento irritable y energético, Teo explotó en manía después de fumar mariguana. La noche 1, fue una pesadilla en la que alucinó ser Buda; el día 2, después de volver a fumar, se estrelló en su auto con actitud frenética, ganas de huir e ideas desproporcionadas; el día 3, fuimos al psiquiatra y él me avisó que Teo estaba sufriendo un cuadro agudo de manía; el día 4, Teo fue aislado y medicado.

Semana 1: La hospitalización. Teo no estuvo propiamente en un hospital, pero sí al cuidado de dos enfermeros por turno, aislado y medicado. El tratamiento fue desde el principio Epival + Zyprexa, al principio, con unas dosis de caballo. Los medicamentos parecía que no le hacían ni cosquillas. Bueno, lo tumbaban de sueño y dormía plácidamente unas cinco horas diarias. 
Se levantaba alegre, dicharachero, bromista y, conforme iba atardeciendo, se iba poniendo irritable, mandón, inquieto y desesperado por salir. Su memoria era un lío, se le olvidaba todo y no tenía muy buena noción del tiempo. Su mente estaba hecha trizas, no podía pensar, estaba sedado y confundido. 
Se me rompe el corazón cada vez que pienso en todo el daño que pudimos haberle hecho atiborrándolo de todos esos fármacos. Pero parecía ser lo correcto.

Semana 2: La paciencia se nos iba acabando y estuvimos a punto de mandarlo a un psiquiátrico de verdad. El psiquiatra nos pidió paciencia y Teo fue mejorando. Poco a poco tomó conciencia de que lo que había pasado no había sido una Epifanía, no había tenido un episodio de iluminación, ni su ser se había elevado a ningún plano trascendente. 
El tiempo que estuvo así no soportaba a ciertos miembros de su familia. Tan sólo verlos le producía ataques de rabia. El psiquiatra inició con la psicoterapia, comenzaron a trabajar en la toma de conciencia de su trastorno y en controlar su rabia.

Semana 3: El cuadro de manía se acabó. El psiquiatra estableció nuevas dosis. Estaba desesperado por volver a su vida y volvió a casa. No quiso escuchar a nadie cuando le aconsejamos que se tomara un tiempo de vacaciones, quizás un año sabático. Tenía toda la disposición y energía para trabajar, aunque su cerebro todavía no funcionaba muy bien, por la alta dosis de medicación que recibía.

Semana 4: El estabilizador comenzó a hacer efecto y Teo se sentía francamente mal. Le costaba mucho trabajo levantarse y su cuerpo se rendía al sueño sin que él lo quisiera. Comenzó a trabajar, pero el cerebro no le daba para concentrarse. Para ese entonces ya había hecho conciencia de lo que había pasado, de lo que había hecho, de algunas de las consecuencias, de la situación en la que ahora se encontraba.

Mes 2: Lucha contra los efectos secundarios. Teo era un zombie plano. Comenzó con la homeopatía y la yoga. Pero en su trabajo ya no rendía. Yo temía que se tratara de una depresión, pero él decía estar bien, pero jodido del organismo, sin pasión por la vida, chato. 
Ese mes yo tuve un cuadro de depresión que quizás estaba proyectando en Teo.

Mes 4: Le redujeron el Epival y el Zyprexa. Lo del Zyprexa fue notable. Nos fuimos de vacaciones y estuvimos "bien". Aunque Teo ya no estaba zombie, seguía sin pasión, chato. Comenzó a hacer conciencia sobre los cambios que sentía en su capacidad intelectual. También comenzaron ciertos episodios de ansiedad, opresión en el pecho, la "incomodidad" que lo paralizaba a intervalos durante el día.

Mes 5: Retirada del Zypreza. Nuevamente el cambio fue muy notable. Se hizo un perfil tiroideo que indicaba cierto "hipotiroidismo". En general fue un buen mes. La "incomodidad" casi desapareció y poco a poco el trabajo fue fluyendo mejor. No obstante, la conciencia, ahora plena, sobre sí mismo, sobre lo que le había pasado lo hizo sentirse inseguro. Expresaba no ser el mismo, tener problemas para tomar decisiones, para poder desempeñarse en su trabajo.

Mes 6: Atacó el estrés. El trabajo le presentó un proyecto complicado. No se sentía listo y comenzó a manifestar inseguridad en sí mismo. Volvió la "incomodidad" aunque más leve. Comenzó la psicoterapia con una psicóloga, con poca fe, pero algo de esperanza.

Mes 7: Reducción del Epival a la mitad y posterior abandono del tratamiento farmacéutico. La "incomodidad" tuvo sus vaivenes. Momentos de temor de no estar bien. Deseos de huir del trabajo, de dedicarse a criar cabras en la montaña. Se sentía incapaz, inseguro y con poca confianza en su desempeño. El estrés lo atacaba y la "incomodidad" se presentaba. Tenía miedo de estar pensando demasiado. No obstante, las cosas, orgánicamente, iban mejor.

Mes 8: Ha tenido unos pocos problemas para dormir como piedra, pero nada de que preocuparse, por el momento. Quizás se deba a que no ha podido llevar su terapia yogui, por culpa del trabajo. Tuvo un problema fuerte en su trabajo y temía que eso lo fuera a alterar, pero no fue para tanto. 
Hubo un logro: pudo identificar claramente qué era lo que le producía esa "incomodidad", era la angustia ante situaciones en las que tenía que tomar una decisión importante. Darse cuenta de eso, le dio el control de las cosas. La seguridad en sí mismo se vio reconfortada. El ánimo le ha mejorado. La "incomodidad" ya casi nunca se presenta.


No sé que pasará ahora sin la medicación. Todos estamos atentos a un posible episodio, pero también seguimos con nuestras vidas, nos damos un respiro. Teo y yo hemos pensado que, independientemente del TB o no, el trauma, el estrés postraumático es lo que le produce la "incomodidad" o ansiedad. Es el miedo de volver a perder el juicio, de no poder ser capaz de discernir las cosas apropiadamente, de haber perdido ciertas facultades ejecutivas. 


lunes, 26 de noviembre de 2012

No soy bipolar

Teo dice constantemente "no soy bipolar". Dice que siempre ha sido un poco acelerado, alegre, que a veces se enoja, pero nunca se ha deprimido, nunca ha sido negativo. Hasta hace poco no había sufrido nunca de ansiedad, ni de estrés, no es obsesivo, no tiene trastornos, casi siempre duerme como piedra. Entonces, dice, no soy bipolar.

Es verdad. Por lo que ambos hemos aprendido del TB no podríamos decir que Teo es bipolar a ciencia cierta, pero sí que es un poco hipo y ciertamente que sufrió una manía con psicosis. Eso me hace pensar que a veces las etiquetas son vicios, como lo son los prejuicios.

El mundo de las enfermedades mentales es tan complejo, los psiquiatras y psicólogos saben tan poco y los trastornos son tan difíciles de caracterizar. A veces pasa, como con Teo, que la etiqueta pesa demasiado.

Pienso que si el psiquiatra no hubiera etiquetado a Teo como Bipolar tipo I el trauma hubiera sido menor, quizás el tratamiento hubiera sido más fácil de seguir y cumplimentar. Pero al mismo tiempo, cuando todo pasó, estábamos desesperados por saber el diagnóstico ¡¿qué le pasó a mi esposo, Doctor?!

Así que decidí no etiquetar a mi Teo, él es lo que es. A lo mejor un día vuelve a tener una crisis y entonces nos enfrentaremos al problema de otra manera. Por lo pronto, no puedo hacer más que apoyarlo, cambiar el chip: Teo no es bipolar hasta que se demuestre lo contrario.

Sé que muchos pensaran que no es lo correcto, que quizás debería seguir insistiendo en el tratamiento preventivo, que una recaída podría ser de consecuencias nefastas. Lo cierto es que no estamos cegados. Elegimos: elegimos quedarnos con la yoga, la homeopatía y la psicoterapia, con la rutina sana, elegimos procurar la felicidad en nuestras vidas y alejarnos completamente de los vicios, estar atentos a nuestro ánimo y a nuestro cuerpo, amarnos y cuidarnos mutuamente. Y creemos que eso es suficiente para evitar una nueva crisis.

No todos somos iguales, no todos necesitan las mismas dosis, no todos manifiestan el TB con la misma intensidad. Entonces tenemos el derecho de encontrar el tratamiento más equilibrado, y por lo pronto, para nosotros, eso significa eliminar los fármacos.

Teo no es tonto. Sé que si las cosas no funcionan abrirá nuevas puertas, porque antes que cualquier cosa, él es un hombre que no sabe estar mal.

Ya lo sabrán aquí mismo, si esto de renunciar a la alopatía ha sido un error. Pero por mi salud quiero pensar que no lo es. Ya les iré contando.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Diciembre

En diciembre Teo deja por completo el Epival, es decir, deja por completo el tratamiento.

Miedo.

Han vuelto algunas pesadillas, pero por lo menos ya no siento esa comezón angustiosa en el cuerpo. Siento que envejezco, que mi ánimo se disuelve y emerge con la dureza de una cáscara añeja. He perdido la chispa por la vida. Por lo pronto todo está aparcado, en latencia desconcertada.

Procuro no pensar en lo que pasó la noche en que Teo tuvo el brote psicótico. Simplemente no lo entiendo. La psicóloga me lo explicó, pero la realidad de haberlo vivido supera cualquier explicación.

Teo se iluminó, encontró la verdad, fue tocado por la divinidad. Luego fue querer iluminarme. Pero se dio cuenta: yo no iba a comprenderlo así nada más, él tenía que intervenir en esa iluminación. Y luego todo se puso violento. ¡No! No lo estaba entendiendo. ¡Tenía que hacérmelo saber! Y sus pensamientos saltaban de uno inconexo a otro incomprensible, mientras yo me entumecía de miedo frente a él. Le grité "¡No¡, ¡golpes no!", pero no pude evitarlos... Después de eso, me imagine lo peor. Y desde entonces mi tranquilidad desapareció por completo.

Teo tardó en regresar, la psicosis fue menguando, la agresividad nunca volvió a presentarse. Todos: sus hermanos, sus padres, yo, todos, omitimos el incidente. Nadie volvió a mencionar que Teo me había violentado. Eventualmente volvimos a ser una pareja feliz, los recién casados que se aman y colorín colorado.

Pero Teo va a dejar el Epival y con ello se abre la puerta de nuevo.

Miedo.

jueves, 18 de octubre de 2012

En espera

Sigo esperando... ya ni sé que espero. Quizás espero, simplemente, que todo esto llegue a un estado de normalidad. Con normalidad me refiero a esa rutina de la vida en la que sigues haciendo las cosas sin estar a la expectativa de una fatalidad, una normalidad en la que el devenir de los días fluye, con todo y todo, con todo y bipolaridad. Espero que un día se vuelva cotidiano estar en el ahora, cuidarse del estrés, cuidarse de seguir sanos, y que cuando llegue una crisis, sea transitoria, como la transición de los días de lluvia que a veces pasan, pero que uno ya sabe qué hacer y no se derrumba el mundo por unos chubascones.

Mi homeópata me dijo que debo aprender a reaccionar como una mujer de los años que tengo y no como una niña pequeña y asustada. Eso me hizo caer de talones sobre la tierra, porque andaba flotando lívidamente. Entonces lo supe: si no hubiera sido esta "bipolaridad", hubiera sido algo más (mi hermano esquizofrénico, mi familia quebrantada, mi imposibilidad para adaptarme a este lugar tan agreste...). La vida causa sufrimiento y debo aprender a asimilar y a acoger ese sufrimiento con entereza, sin que me desmorone. 

Algunos tienen suerte, otros no. Pero lo cierto es que Teo y yo tenemos mucha suerte: hemos hecho de nuestra vida lo que hemos deseado, alcanzamos metas importantes, nos reencontramos en el camino, nos enamoramos y nos amamos. Materialmente no nos falta nada. Me gusta mucho y lo disfruto tanto como él me disfruta... Pero, a veces, después del accidente, Teo no sabe cómo estar bien con todo y todo; y a veces, después del accidente, yo tengo mucho miedo de que Teo se vaya a convertir en otra persona, una que me violente o que me abandone.

"El accidente". Así le hemos llamado a ese día en que Teo se intoxicó de marihuana y se puso maniaco. Luego lo atiborramos de olanzapina y valproato. Ahora no sabemos, ni su psiquiatra lo sabe, si Teo no está bien por "el accidente", por estar dopado de "eutimizantes" o porque después de esa crisis de manía se destapó la bipolaridad. 

Así que hasta no saberlo, la normalidad no se asienta en nuestras vidas. No sé si apoyarlo para descubrir la verdad o si insistir en que se apegue a la idea de que es bipolar. 

No sé qué hacer, porque yo, como el psiquiatra, como su familia, dudamos, quizás porque queremos dudar.

jueves, 2 de agosto de 2012

Libre de Zyprexa (Olanzapina)

Esta semana le han retirado la olanzapina a Teo. Antes ya le habían bajado el valproato a la mitad; así que ahora anda por la vida con tan solo 500mg de valproato (que, por cierto, no le alcanzan para los niveles terapéuticos). Eso sí, todo lo ha hecho de la mano del psiquiatra.

El anuncio de la retirada de la famosísima olanzapina ya se había dado hace tiempo. Por un lado, estaba contenta, pues los efectos secundarios en Teo eran ya poco llevaderos. Por otro lado, temí, volví a tener pesadillas en las que Teo despertaba con los ojos hundidos de fango, como aquella noche en que le vino la manía, y me empujaba de sí con un golpe en la frente agarrándome del cogote. Teo mismo fue quien me despertó de la pesadilla, me tomó en sus brazos y me consoló tiernamente.

Y el día de dejar la olanzapina llegó y Teo recobró un nuevo brillo, la seguridad en sí mismo y las ganas. Ganas de hacer, ganas de vivir, ganas de sonreír. El efecto de transitividad no esperó en hacerse notar y yo misma me sentí mucho mejor.

No obstante, aún no está del todo "normal", los análisis de la tiroides revelaron un desajuste extraño (bajo en la T3), lo que el psiquiatra llamó una "depresión clínica". Ya había yo leído que las depresiones no son necesariamente de tristeza, pueden manifestarse, por ejemplo, con una fibromialgia o con un desgano físico generalizado. Quizás por eso parece que Teo nunca ha tenido depresiones, aunque lo cierto es que tampoco ha estado desganado nunca en su vida...

(... A veces aún guardo la esperanza de que este episodio fue único e inducido por una intoxicación, i.e. un muy muy mal viaje.)

Afortunadamente, caímos en las manos de la yoga, que nos ha enseñado a poner atención en nosotros mismos. Teo ha descubierto que siempre ha sufrido de una leve y ocasional ansiedad, sólo que antes no la detectaba y la pasaba de largo. Ahora es capaz de resentirla y, poco a poco, vamos aprendiendo cómo deshacernos de ella más eficaz y eficientemente. Primero, le pido que cierre los ojos y respire profundamente, luego que trate de localizar el lugar físico en donde anida la ansiedad. Una vez que lo ha identificado, le doy un pequeño masaje en la zona; si tenemos oportunidad, hacemos un poco de yoga, casi siempre la ansiedad se disipa.

También, le he aconsejado que haga una vigilancia de dos minutos de respiración profunda tres veces al día: en el desayuno, en la comida y durante su sesión de yoga en la tarde. El objetivo es aprender a estar atento ante cualquier cambio extraño y controlarlo antes de que se convierta en una causa potencial de desequilibrio.

Hasta hace poco mi proyecto había sido enfrentar la bipolaridad de Teo. Ahora me doy cuenta de que él está "bien" y, más aún, de que él es responsable y capaz de mantenerse. Mi función no es la de lidiar con su problema, sino la de apoyarlo cuando él lo necesite. Debo pasar a la siguiente página, el siguiente capítulo, el que trata de Kiki.

martes, 31 de julio de 2012

Día de lluvia en El Desierto



La noche oscura termino. A veces, sólo a veces, vienen momentos grises en los que me siento sola.

Hace tres años mi vida era completamente diferente. No existía Teo, por lo menos no como mi chico. Teo y yo éramos esos amigos de antaño que se reencuentran de vez en vez, de a poco, pero intensamente. En cambio, yo vivía con Lalo, era feliz con él, medianamente feliz, pero suficientemente feliz. Teníamos un piso juntos en una barriada apiñada de Barcelona y hacíamos caminatas largas con los amigos los fines de semana hasta la playa de la Barceloneta. 

Ayer oí decir al psiquiatra de Teo que todo en esta vida tiene un comienzo y un fin. Así que mi vida con Lalo terminó y yo vine a vivir a México y me reencontré con Teo. El reencuentro fue intenso y casi anticipamos que nos enamoraríamos como locos, tal vez siempre lo habíamos estado. Así que nos enamoramos como locos o más y lo dejé todo por él. Todo y mi mar y mis montañas.

El caso es que mi vida es completamente distinta: ya no disfruto la soledad, ya no me apasionan las tardes lluviosas sola conmigo, bebiendo té caliente y oyendo David Bowie o Nina Simone. Hoy, por ejemplo, llueve en El Desierto –lluvia extraordinaria que cae de a poco en este lugar, en el que todo pareciera agreste y precipitoso–, llueve y no siento la tranquilidad que debiera, ni esa nostalgia tibia que me cobijaba en momentos así. En cambio, siento la certeza violenta de mi amor por Teo.

A veces me he permitido extrañar mi vida anterior, pero es un permiso robado, infructífero y dañino, así que dejo ese pensamiento de lado, lo veo pasar e intento sacarle jugo a mi momento. Estos días he aprendido la maestría de dejar pasar los pensamientos, dejar pasar lo malo de mi vida, dejarla pasar. Lo que no he aprendido es a retener suficiente brillo para iluminarme. 

Se supone que mi amor por Teo es inmenso, mucho más grande que el que sentía por Lalo; sin embargo, no soy ni medianamente feliz, soy, quizás, un cuarto de feliz, un poco feliz apenas. Las únicas ocasiones en las que logro potencializar mi felicidad, más allá de lo medianamente posible, es cuando logro separar a Teo de su condición bipolar, cuando logro olvidarme de lo que pasó durante su manía y me reconcilio con esta vida de desierto inhóspito.

miércoles, 4 de julio de 2012

Depresión no bipolar

Puede decirse que, desde que Teo tuvo su episodio maniaco, he estado mal. Los primeros días no sé ni cómo logré hacerlo: ducharme todos los días y vestirme, ir al hospital para estar con Teo, pasar el día lidiando con su ánimo alborotado, esperar la tarde, ir a casa con la cabeza abarrotada, soportar ataques de pánico en el camino. Llegar a una casa desolada, luchar conmigo misma, teléfono en mano, para no llamar a mi mamá y pedirle que viniera a mi lado (de nada hubiera servido). Tomarme un Atarax y dormir entre pesadillas (las hubo auténticas, de vampiros), para volver a hacer lo mismo al día siguiente.

Luego, Teo salió del hospital y vino a casa. Tampoco sé cómo lo hice: estar muerta de miedo todo el tiempo, pensar que Teo era una boma de tiempo, vigilarle el sueño, observar cada gesto con la alerta a flor de piel, estar siempre pensando en planes de contingencia ante el peor de los escenarios, sin que ninguno le pareciera irracional o absurdo a mi imaginación desproporcionada.

Poco a poco fui entendiendo que mi miedo era producto de un trauma, poco a poco volví a creer en Teo y, poco a poco, el miedo se fue diluyendo entre todo el cariño que nos hemos concedido ilimitadamente.

Después fue la terapia y descubrir que más allá de Teo ya había negrura. Teo maniaco sólo fue la tormenta que hizo emerger toda mi podredumbre. Él mejoró, mejoró mucho, hemos vuelto a cierto grado de normalidad, pero yo me fui hundiendo en un fango espeso de mí misma. El miedo se generalizo: miedo de que mi familia estuviese mal, miedo de enfermar, miedo de fracasar, miedo de la gente y de la vida, miedo del miedo, miedo puro, puro miedo. Y con ese miedo se me fue achicando la garganta, se me endureció el estómago y se me entumieron las extremidades. Si no hubiera sido por la yoga y mi terapeuta no sé en qué rincón oscuro estaría, muerta de miedo.

Un día el homeópata me dijo: "Kiki, no es para tanto. Teo está muy bien ya. Yo creo que algo de tu pasado te está afectando". Entonces, viajé a casa de mi madre y fue ahí donde me enfrenté con mi peor demonio: la incertidumbre. Ante lo incierto, tengo la tendencia a pensar lo peor, porque mi experiencia me dijo una vez que es mejor estar preparada para lo peor. No obstante, la falla es evidente: no estoy preparada para lo mejor y se me ha estado pasando de largo.

martes, 5 de junio de 2012

Nostalgia por la hipomanía

Una frase que escuche en Midnight in Paris: "la nostalgia es un estado de negación"

Ya son un par de días que tengo una indigestión bastante aguda, eso me ha tendido en cama y con la vitalidad en ceros. No ha sucedido en el mejor momento, ya que Teo sigue desanimado, quejumbroso y con inseguridades sobre su trabajo. “No se me ocurre nada”, dice. “Ya estoy harto de los medicamentos, no me dejan ser yo”. No obstante, ha tenido la delicadeza y amor de hacerme caldo de pollo.

Hace poco leí en un foro sobre bipolaridad una cita de las expresiones más comunes en pacientes que no querían seguir el tratamiento, Teo las ha dicho todas:
“No creo que mi condición sea tan grave”. "Quiero dejar de tomar la medicación para comprobar si es cierto que padezco una condición bipolar”. “Quiero averiguar si soy capaz de recuperarme por mis propios medios”. “ No quiero tomar las medicinas porque no son más que una muleta”. “Todavía tengo dudas sobre si realmente padezco o no una condición bipolar”. Etcétera.

Hay veces en que casi me dejo estar de acuerdo con él, casi quiero pensar que lo de él ha sido sólo un muy mal viaje y que, si no vuelve por caminos peligrosos, será capaz de controlarse con disciplina y voluntad.

También extraño al Teo siempre entusiasta, carismático, creativo y aventurero; a pesar de que, ante los ojos de mi madre, rayaba en una peligrosa osadía. Al mismo tiempo, me alegro de que se haya ido el Teo déspota, pedante y ególatra, el que hablaba hasta por los codos con detalles sin sentido, incapaz de aceptar opinión o comentario; el coqueto descarado, el desconsiderado por omisión que me hacía insistentemente el amor con órdenes y sin caricias.

Ahora Teo está aplanado, sigue siendo amoroso y cordial, pero no se deja ser él mismo, se empecina en verse cambiado por los medicamentos, aunque no creo que sea esa la causa, sino su actitud ante esta reciente adversidad que se le presenta de forma muy muy personal. Pero, claro, ¿cómo saber yo lo que pasa por ese tipo de cerebro que tiene Teo?

El caso es que ¡ojalá pudiéramos mantener esa hipomanía dentro de los límites seguros! Lo cierto es que no tengo nada de seguridad en ello y todo lo que leo e investigo me lleva en un sentido contrario: los medicamentos son la vía más segura de contención. No obstante, a veces pienso que nadie tiene el derecho de quitarle la oportunidad a Teo de enfrentarse a sí mismo. Al mismo tiempo, sería una manera de hacerlo recapacitar, por la mala, sobre su condición. El problema es que temo por mí y por su integridad. Una cosa distinta sería que su psiquiatra estuviera de acuerdo.

martes, 29 de mayo de 2012

Lo que me dice mi doctora P

Mi doctora P me ha hablado de las partes de conforman el yo o la imagen propia y la importancia de distinguir cada una de ellas:

Individuo: se refiere al aspecto más biológico del ser, aquél que ocupa comer, reproducirse, defecar. En él se expresa lo más animal y básico; por lo tanto, debe ser satisfecho primordialmente para que el yo pueda funcionar.

Sujeto: se refiere al la fase límbica del ser, aquél que necesita y se vincula, porque es resultado de la gesta y crianza. Representa, como dice Teo vulgarmente, "el cableado", todos los aspectos que "mamamos" a lo largo de nuestra niñez. En él se dejan ver las necesidades afectivas más recónditas, las reacciones reflejas producto de los primeros años de aprendizaje, lo que queda de “la impronta”. El sujeto se deja ver desnudo en los momentos de mayor vulnerabilidad y "el otro" debe saber acercarse a él a través del con-sentimiento y el afecto, sobre todo físico.

Persona: palabra cuya etimología griega se refiere al concepto de "máscara". Es el conjunto de todos los contratos sociales y morales que asimilamos camino al ser adultos, principios y valores de los que disponemos para pertenecer a cierto grupo. La persona cumple en la medida de las elecciones –las del yo– con las que el sujeto se vincula y compromete. Es lo que "contiene" al ser y lo hace  funcional para su grupo.

Hombre: se refiere al aspecto del ser que tiene la inquietud de dejar un legado. El Hombre aporta, contribuye y, a través de esa contribución, logra encontrarse un lugar en su grupo y la humanidad, sabiendo cómo y de qué manera puede ser útil.

Finalmente, está la Imagen Propia, que se alimenta del ego y se funda en cada uno de los anteriores aspectos.

Se supone que yo debo aprender a leer (en sus formas, su postura, sus frases, su mirada) cada uno de esos aspectos en Teo (y en mí, claro está). Debo estar cerca de su sujeto, pero tratarlo siempre como persona en una relación equitativa, sin condescendencia, siendo su amiga, su compañera, su socia, su amante (incluso su esposa), no su madre, no su hija. Tampoco debo ser su maestra cuando él no está dispuesto a ser aprendiz y hacerle ver cuándo estoy dispuesta a aprender de él (y tener disposición de hacerlo, claro).

La doctora P me explicó cómo el cerebro funciona a través de un gran número de conexiones bioquímicoeléctricas. Los pensamientos son pequeños "relámpagos" que van creando senderos en el plasma cerebral. Algunos pensamientos "fuertes" o "traumáticos" crean verdaderas zanjas que nos pueden hacer caer en abismos. Aunque el cerebro tiende a la dispersión, si las zanjas son muy profundas, actúan como imanes que nos conducen a pensamientos que pueden ser nocivos y de recurrencia patológica. Así pues, el objetivo es crear nuevos senderos sanos, nuevas conexiones que guíen esa dispersión por lugares "agradables". Apelar al cumplimiento de la persona que es Teo, o seguir rituales en ese mismo nivel, sirve para cultivar senderos "agradables". Por el contrario, algún mal cableado del sujeto (un patrón nocivo que se engendra en un recuerdo de infancia, por ejemplo), puede hacer que el sujeto de Teo vuelva a caer por zanjas oscuras; por eso hay que con-sentirlo, aprender a estimular el amor y el bienestar de ese sujeto a través del contacto y la cercanía con esa parte de su yo.

Leer el sujeto de Teo me ayudará a ver los signos más íntimos de él, aquellos que pueden denotar un cambio, una crisis que se avecina, una conducta impropia. Leer su persona, me permitirá apelar a contratos y acuerdos que podrán salvarnos en un momento de crisis o alejarnos de una posible recaída. Por lo tanto, es bueno establecer contratos, rituales y complicidades de pareja y amigos. El objetivo es establecer las conexiones cerebrales propicias para tenerlo siempre en el presente, el ahora, y los contratos y rituales forman conexiones cerebrales fuertes y potentes que nos ayudan a no desviar el cauce del pensamiento. Leer el Hombre, por otra parte, me ayudará a recordarle cuál es el legado que desea dejar, proyectarlo en el futuro situándolo en el hoy, apuntar las posibilidades que lo acerquen a cumplir con su legado y estimular su cerebro para que no se deprima.

lunes, 28 de mayo de 2012

Cómo prevenir una depresión en Teo y no morir en el intento

Últimamente Teo tiene serios problemas con el sueño: duerme, duerme, duerme.

A pesar de que Teo es más bien una persona dinámica y activa, siempre ha tenido muy poca tolerancia al sueño; es decir, que no se lo aguanta para nada, lo mismo con el hambre y el aburrimiento. Si tiene sueño, se echa a dormir, así sea en medio de una fiesta o un centro comercial en plena rutina de compra; si tiene hambre, es capaz de comerse unos Doritos ¡ya! para sentir la panza llena, aunque queden sólo quince minutos para estar en su restaurante favorito; si está aburrido, simplemente se va, sin importarle que parezca una grosería o alguien se sienta herido. Siempre ha sido así: o cero o uno y punto. Hace años eso me sacaba de quicio, con el tiempo tuve que tomar una decisión: o lo amo así o lo dejo ir.

No obstante, ahora el sueño es crítico. No es capaz de quedarse despierto más allá de las 20h y, si fuera por él, dormiría fácilmente hasta las 10h y tomaría siestas cada dos horas. Al principio pensé que se trababa de los efectos secundarios de la medicación (ahora que lo pienso, le pasa lo mismo con el hambre). Pero me pregunto si no se tratará del tan temido "bajón". ¿Cómo saber si no es una depresión?

Además del sueño, Teo se queja constantemente de desgano físico, le cuesta subir las escaleras de casa, le han aparecido "dolorcillos" por todas partes: la espalda, los hombros, las muñecas. Él insiste en que no, no tiene nada, son los malditos medicamentos, no se siente "triste". No obstante, observo un desinterés en él por cosas que antes disfrutaba. Por ejemplo, ayer fuimos a una reunión familiar y no quiso jugar con sus sobrinos como siempre. Había dicho que se moría de ganas por ver a su ahijada y, al final, la ahijada pululó olvidada de su nino. No tiene iniciativa por hacer nada y, si ha vuelto a trabajar, es porque sabe que es su deber. También, me ha referido varias veces "querer cambiar de vida", cuando bien sé que esta vida, la de ahora, es la que siempre había querido tener. Pero cada vez que apelo a que medite sobre si no se tratará de una depre, me acusa de preocuparme de más, de verle a todo cara de clavo con un martillo en la mano (porque, según él, estoy demasiado metida en esto de que es bipolar o algo así; como si el que hubiera querido morirse –al pensar que las reglas de la física y la vida eran otras– fuera cosa de nada).

La cosa es que ese desgano me frustra bastante y a veces me entran crisis de desesperación y frustración que me derrumban o me enfurecen.

Pienso en tres posibilidades:

a) Que todo sea efecto de los medicamentos. En tal caso, me desespera que Teo no tome cartas en el asunto, ni haga esfuerzos, ni se discipline, ni tenga mejor actitud en lugar de quejarse constantemente. Luego pienso que soy una egoísta y que quizás no sea capaz de entender el malestar que le causan los efectos secundarios.
b) Que sea efecto de una depresión. En tal caso, me desespera que no acepte su condición, que no sea más auto reflexivo, que no me escuche ni se apoye en mí. Luego pienso que soy injusta y poco inteligente al no buscar más y mejores estrategias para ayudarlo.
c) Que sea, simplemente, su personalidad. En tal caso, realmente me molesta su actitud, su falta de consideración, porque bien sabe que su sueño me afecta en más de un sentido (tengo que postergar o anular compromisos y aficiones por "atender" a sus "necesidades" de sueño). Luego pienso que yo ya sabía que Teo es así.

En fin, estoy en un vaivén de sentimientos encontrados, no sé si asustarme, enojarme, contenerme, ocuparme u olvidarme de Teo un rato.

Cualquiera que sea la razón de su sueño, debo entender una cosa: la libertad de Teo termina cuando mi libertad se ve afectada. Debo poner mis límites, saber hasta dónde llegar como compañera, hasta dónde puedo dar en función de mi propia salud y bienestar, sin ser egoísta. Y está bien saber eso, pero una cosa es saberlo en teoría y otra, saber cómo demonios llevarlo a cabo.

Más de una ocasión, sobre todo cuando Teo tenía todavía manía, quise salir corriendo, tirar la toalla, decir “este fue un chico que conocí en un supermercado y punto”. Esos días pasaron y finalmente recobré el valor para seguir amando a Teo… Pero me cuesta, me cuesta mucho entender esta relación ahora, ¿es la misma que antes?, ¿es equitativa?, ¿debo esperar menos de Teo?, ¿qué promesas hechas inicialmente seremos capaces de mantener?, ¿podremos seguir amándonos después de todo?

Por lo pronto he decidido:
i. Que seguiré indagando con cautela si Teo no está viviendo una depresión, pero pediré ayuda a la red familiar, a su psiquiatra y a mi doctora.
ii. Que trabajaré sobre mis límites (con mi doctora y con ayuda de la yoga y la autoreflexión), sobre lo que me mantienen feliz y saludable y trateré de ser mejor persona sin sobrepasarme.
iii. Que hablaré con Teo sobre las dudas en torno a nuestra relación, porque ante todo, somos dos.

viernes, 25 de mayo de 2012

Continuando con los "cómo"

Teo y yo seguimos tratando de entender si lo que pasó es el principio de una enfermedad crónica, si es bipolar, si sólo es maniático, si sólo fue una psicosis por intoxicación. A veces pienso que debo insistir en el simple hecho de que deberá tomar medicación toda su vida... pero he leído tanto y tan diferentes experiencias. Básicamente "devoro" todo lo que encuentro a mi paso, bibliografía, páginas especializadas, todos los artículos en Internet que encuentro, blogs y testimonios de bipolares y esquizofrénicos, foros, etc., etc., día a día, cada vez que puedo, siempre.

Los síntomas de Teo  coinciden con el trastorno bipolar  –con ausencia de depresión y de antecedentes claros–; pero eso es lo que yo creo (aunque he encontrado un artículo sobre unipolaridad maniaca muy interesante). El psiquiatra aún no me ha dado el fallo. El neurólogo, en cambio, piensa que fue una psicosis por intoxicación y que, con un poco de suerte, su vulnerabilidad no ha desencadenado una condición crónica y se puede estabilizar sin medicación de por vida y rehabilitación hiperbárica. El homeópata dice que fue un muy muy mal malviaje y lo trata con bolitas de gelsemium y demás (cambia cada semana). El yogui dice que debe bajar su ego, calmar su mente, alinear sus chakras. Lo cierto es que poco se sabe sobre lo que pasa en su cerebro y todos tienen una opinión.

Mientras tanto mi batalla es lograr que Teo asimile todo, que hagamos protocolos y contratos para evitar situaciones peligrosas, i.e. que sea hospitalizado o que ponga en riesgo su integridad y la de los que lo rodeamos. Pero Teo se escabulle, dice "sí, sí", pero luego no hace nada, tal vez porque hacerlo sea aceptar su enfermedad. Afortunadamente, aunque repela hasta el cansancio, se toma responsable y puntualmente su medicación (Epival ER & Zyprexa Zyds), hace yoga diario, toma omega-3, come saludable, cuida su sueño y está leyendo un libro sobre Acceptance & Commitment Therapy.
 
Otra de mis batallas el lidiar conmigo misma. Un test de salud mental on-line me advirtió de estar sufriendo un trastorno por estrés postraumático. ¡Qué raro!, ¿no? Lo cierto es que estoy cansada de esa zozobra continua, de no poder liberarme de pensamientos recurrentes destructivos, del fatalismo de ver enfermedad mental por todas partes y entre todos, de preocuparme por ello, de no dormir bien por pesadillas horrorosas... ¡ya! He decidido ir con una especialista (además de acompañar a Teo en la yoga y la salubridad de vida) y eso me ha ayudado mucho. Trabajamos sobre mi problema de somatización y mi miedo a la enfermedad de Teo con la teoría de Efoque y proyección. He aprendido a reconocer la constitución de "mi yo" y las distintas características que lo integran. Definitivamente uno enferma, eso hay que aceptarlo, que al decidir estar con alguien como Teo uno tiene que buscar información y ayuda profesional, sobre todo asimilar la responsabiliad de ser un cuidador, cosa que aún me cuesta trabajo: asmiliar la dependencia de Teo hacia mí y los sacrificios que ello conlleva.

Además, hay dudas siempre: si debo hablarle de tal o cual tema, si enojarse con él es pertinente, si debo esconder mis verdaderas emociones, cómo ser más asertiva, cómo propiciarle estabilidad y calma, cómo, cómo, cómo... y de todos esos cómo sólo voy sabiendo unos pocos.

Nuevamente me digo: "calma, Kiki, calma. Recuerda que amas a Teo y lo has amado siempre a pesar de todo". Amén.

domingo, 20 de mayo de 2012

De los "cómo"

Aún no sabemos bien cómo será la vida después. A mí me va mejor el optimismo: que Teo es razonable, que yo soy razonable, que los dos nos amamos, que él es fuerte. Pero la incertidumbre quema. Se supone que uno debe abrazarla, a la incertidumbre; abrazarla y esperar que la vida sea vida después de todo. Es lo único que quiero: vida. Sé que no sirvo para sufrir, ni él, y confío en que eso nos servirá.

Teo a veces se queda en blanco. Aún no sé si es la somnolencia, un dejo de manía o psicosis o que está asimilando todo. Ayer se quedó mirando fijo la palmera del jardín y me dijo “estaba seguro de que me podía transformar en ella”. El caso es que Teo no es de esas personas que les guste perder y quizás sienta que perdió, que la manía le ganó la jugada de la razón y en un parpadeo pudo perderlo todo, absolutamente todo.

Por lo pronto sabemos que tenemos que estudiar mucho, pensar en estrategias, planes de acción, check-lists para monitorear desajustes del ánimo, negociar dosis con el psiquiatra, intentar llevar la vida más saludable que podamos y abrazar esa salubridad como una nueva libertad. Malamente, a veces esa higiene de vida a la que de pronto hemos sido dispuestos pareciera una condena; nada de borracheras con los colegas; los desvelos, con cuidado; los viajes trasatlánticos, mejor pocos... Pero esa condena parece tal sólo porque nos lo ha impuesto “el destino”, porque no la hemos elegido. Qué de malo puede haber en dejar todo tipo de drogas, en cultivar el cuerpo y la serenidad del espíritu. Al contrario, eso debería darnos una libertad nueva, una a la que tontamente habíamos dado la espalda. Nuevos contextos dan nuevas libertades.

No puedo decir que todo me parezca positivo en este nuevo camino que se me presenta, lo cierto es que no lo sé. Temo que su manía vuelva exponencialmente y no pueda defenderme de ella. Sé que Teo nunca me lastimaría, pero cuando llegó la manía se llevó a Teo, a mi hermoso Teo. Lo único que se me ocurre es tener siempre a la mano un plan b, c, d… Él me dice que confíe en que nunca volverá a pasar, que él no permitirá que eso le vuelva a ocurrir, pero ¿hasta qué punto se puede mantener el control?, ¿cuál es el punto de no retorno?, ¿cómo? Además, está el lado oscuro de todo esto: ¿Teo tendrá depresiones? Hasta ahora no ha tenido ni una, de hecho, nunca en su vida ha estado realmente deprimido… ¿cómo hacer si se presenta?, ¿cuándo?

Bien, pues, trabajemos en el “cómo”.

miércoles, 16 de mayo de 2012

De cómo Teo me preguntó sobre lo que había pasado

Hoy Teo habló por primera vez de lo que ocurrió. Conducía (odio conducir) camino a recoger unos recados cuando me dijo “¿Cómo fue?”. No estaba segura de que debía contarle, pero después de todo ya tenía el alta hospitalaria.

Los días en el hospital fueron como cuaresma con mal tiempo, apenas quince por veinticuatro horas, pero el tiempo sucede distinto cuando se está en un hoyo. Él no sabía nada, nada de sí, pensaba que lo teníamos preso. Pobre de mi Teo. Un buen día simplemente se afeitó. Fue entonces que supimos que ya estaba mejor, que la locura iba cediendo.

Ayer, el psiquiatra le dio su libertad bajo fianza de olanzapina y ácido valpróico, hecho que ha aceptado a regañadientes. También fue con su homeópata de confianza, con un yogui y se ha encomendado a la ciencia de la neurología, por si las moscas. Es su equipo de salud, dice. Quizás por eso se ha sentido con el ánimo de indagar “¿qué hice esa noche?”. Le dije lo que pude.

Una vez traté de decírselo estando hospitalizado, se veía lúcido y yo quería entender por qué me había hecho lo que me hizo y por qué no me pedía perdón. “Lo hice de buena fé.” Eso me contestó. “¿Qué quieres?, ¿que te pida perdón?”. Sí, sí quería, pero sus disculpas eran huecas. Esta ocasión me abrazó y me pidió perdón sincero por lo que me había tocado vivir. Ya lo había perdonado, ya había entendido que no había sido él, no su yo completo, por lo menos.

Pero creo que mi inconsciente aún no lo perdona, porque le teme, porque su enfermedad todavía es más fuerte que yo, porque me tomó desprevenida y no supe cómo defenderme de ella. Pero estoy aprendiendo aprisa, mucho, y la muy desgraciada no me la vuelve a hacer. Si alguna vez Teo vuelve a ser poseído por esa loca manía sabré exactamente qué hacer. No es que vaya a aprender a tomar al toro por los cuernos, más bien, voy a aprender a ver por dónde viene y cómo evitar la embestida, porque yo no soy muy taurina que digamos y no me interesa salir a matar. El caso es que aún no puedo, no puedo dormir a lado de Teo sin que se me contracture hasta el alma.

Ayer vino mi doctora de la testa a purgarme el cuerpo. Estuve cinco horas con ella aprendiendo sobre el "yo" sobre el "yo" mío y el de él, sobre cómo distinguir cuando ese "yo" de él no es "yo", sino un fragmento perdido y cómo recomponer mi "yo" para volver a amarlo bien, amar a Teo, volver a amar a Teo. Aunque no haya dejado de amarlo ni un solo momento desde que le comenzó esta locura.

sábado, 12 de mayo de 2012

Cuando digo que Teo se volvió loco

La locura y la normalidad se han confundido con el calor del Desierto. Teo se volvió loco una noche de primavera. Estábamos los dos fumando en el patio. Pero ahí no había comenzado.

El origen es incierto; no obstante, la memoria nos sirve de sabueso. Quizás ya estaba así desde hace dos, tres, seis años, y la locura le llegó con franqueza sólo hasta ahora.

Antes de la locura:
Quizás comenzó a finales del año pasado, recuerdo que su lucidez era extrema, hablaba hasta por los codos, se aceleraba con las manos, con la vista, con el cuerpo que ya le venía demasiado magro y luego ¡click! Abrió una puerta en su mente que no pudo volver a cerrar, quizás nunca podrá volver a cerrarla. Lloró tanto esa noche, repetía cosas sin cesar, se cogía la alianza girándola infinitamente sobre su anular. Ese gesto le duró meses. Por eso sabía yo que algo no estaba muy bien con la cabeza de Teo, pero no dije nada, me callé. La mañana siguiente la puerta seguía entre abierta, pero yo me obstinaba en darle empujones de cierre. “No es nada, no es nada”. Estuvimos enfermos por las navidades y vi cómo Teo se llenó de una serenidad bastante perturbadora. Recuerdo que fuimos a la nieve y no paró de trabajar, esquiar y anidar en su habitación humidificada. Creo que el frío ayudo a que la manía no se presentara en su máximo esplendor. Luego los días fueron pasando sin que yo advirtiera lo que ya se anidaba en el cerebro de Teo

La locura:
Pero la manía loca llegó al patio de nuestra casa en una noche de primavera, como he dicho. Fue así: el fin de semana entero había sido nefasto, le había coqueteado a aquella francesa insoportable, se había ido con aquella otra gringa vieja y arrugada, se había empeñado en reclutar su pequeño séquito para engrandecer un imperio que se iba imaginando, uno en el que él era dueño y señor, todopoderoso, glorioso ser que posee un avión y derrocha generosidad entre los suyos, él era ¡Napoleón!. En mi espejo era vil y hasta desalmado, y me obnubilaban las heridas que todo ese comportamiento hacían en mí y no me daba cuenta de que todo era un delirio. Pero por fin era lunes y por fin estábamos en el patio, solos, “tranquilos”. Fumamos un rato. Paso otro. Fui a su lado e intenté besarlo, pero ya estaba casi ausente, se me había ido poco a poco y ahora era notoria la fuga. Luego, recargó su cabeza sobre la tumbona en la que ya llevaba masticando un no sé qué, miró al vacío y lo perdí. Lo noté en seguida en sus ojos y lloré frente a él pidiéndole que regresara. Intenté decirle que se quedara conmigo, pero ya estaba arriba, en la psicosis limpia de la peor noche de mi vida.

No contaré lo que pasó esa noche, no aún, pero ese fue el comienzo de esta nueva vida, una vida que aún no sé si será feliz o dolorosa, pero estoy segura de que será mejor.