miércoles, 4 de julio de 2012

Depresión no bipolar

Puede decirse que, desde que Teo tuvo su episodio maniaco, he estado mal. Los primeros días no sé ni cómo logré hacerlo: ducharme todos los días y vestirme, ir al hospital para estar con Teo, pasar el día lidiando con su ánimo alborotado, esperar la tarde, ir a casa con la cabeza abarrotada, soportar ataques de pánico en el camino. Llegar a una casa desolada, luchar conmigo misma, teléfono en mano, para no llamar a mi mamá y pedirle que viniera a mi lado (de nada hubiera servido). Tomarme un Atarax y dormir entre pesadillas (las hubo auténticas, de vampiros), para volver a hacer lo mismo al día siguiente.

Luego, Teo salió del hospital y vino a casa. Tampoco sé cómo lo hice: estar muerta de miedo todo el tiempo, pensar que Teo era una boma de tiempo, vigilarle el sueño, observar cada gesto con la alerta a flor de piel, estar siempre pensando en planes de contingencia ante el peor de los escenarios, sin que ninguno le pareciera irracional o absurdo a mi imaginación desproporcionada.

Poco a poco fui entendiendo que mi miedo era producto de un trauma, poco a poco volví a creer en Teo y, poco a poco, el miedo se fue diluyendo entre todo el cariño que nos hemos concedido ilimitadamente.

Después fue la terapia y descubrir que más allá de Teo ya había negrura. Teo maniaco sólo fue la tormenta que hizo emerger toda mi podredumbre. Él mejoró, mejoró mucho, hemos vuelto a cierto grado de normalidad, pero yo me fui hundiendo en un fango espeso de mí misma. El miedo se generalizo: miedo de que mi familia estuviese mal, miedo de enfermar, miedo de fracasar, miedo de la gente y de la vida, miedo del miedo, miedo puro, puro miedo. Y con ese miedo se me fue achicando la garganta, se me endureció el estómago y se me entumieron las extremidades. Si no hubiera sido por la yoga y mi terapeuta no sé en qué rincón oscuro estaría, muerta de miedo.

Un día el homeópata me dijo: "Kiki, no es para tanto. Teo está muy bien ya. Yo creo que algo de tu pasado te está afectando". Entonces, viajé a casa de mi madre y fue ahí donde me enfrenté con mi peor demonio: la incertidumbre. Ante lo incierto, tengo la tendencia a pensar lo peor, porque mi experiencia me dijo una vez que es mejor estar preparada para lo peor. No obstante, la falla es evidente: no estoy preparada para lo mejor y se me ha estado pasando de largo.

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