jueves, 20 de marzo de 2014

Dos años

En un mes serán dos años. Una noche hace dos años conocí el miedo en los ojos de mi chico, hace dos años un puñetazo me arrebató de golpe la tranquilidad para siempre. Hace dos años, la persona que más he amado en la vida se sumió en la psicosis y perdió el hilo del bien y del mal. Por unas horas la realidad fue un amasijo apretujado, un aleph incomprensiblemente negro. Luego le siguieron días de desconcierto, semanas de incertidumbre, meses que hicieron de puente entre la angustia, la depresión y la conciliación. Las cuentas me dejan con un año de duelo y secuelas que poco a poco, pienso, van desapareciendo, aunque a veces regresan para enloquecerme, como hoy.

La historia que cuento en este blog es la mía, la historia de la locura que viví yo cuando mi chico abrió la caja de pandora. La historia de él, sólo él sabrá contarla, yo he estado a su lado, pero no puedo más que imaginarme cómo es que pasó del cielo y el nirvana tangible y despierto al sopor inaudito y lodoso que tuvo en su mente.

16 meses desde que Teo dejo los medicamentos bajo la amenaza de volver a perder la razón. 16 meses en los que lo he visto reponerse día a día, sin caer de nuevo en las tentaciones que lo pusieron psicótico: la mariguana. 16 meses de redescubrimiento y disciplina en cuerpo y alma. Ni una sola recaída, nada...

Y ¿yo? A veces pienso, sólo a veces, que ya estoy bien, que toda aquella pesadilla quedó atrás y me repito: "vive el ahora maravilloso que tienes". Teo y yo nos amamos cada vez más profundamente, somos felices y en nuestro hogar no podría haber más pasión y ternura. Con todo y todo, hay días, como éstos, en los que el miedo me regresa como una catarata, los pensamientos se embrollan en ciclos de discos de vinil rayados, sobre los cuales la aguja no deja de rebotar en la marca honda que dejó un día una noche hace dos años.

Me atormenta la posibilidad latente de que vuelva a pasar todo como pesadilla recurrente. Pero me tranquilizo pensando que si pasara sería diferente, por lo menos para mí, porque ahora sí estoy preparada, vacunada contra la manía de mi Teo. Pero estos días, no sé por qué no puedo dejar de pensar en esa noche, si ya hace meses que no la evocaba. Se me ocurre que mi inconsciente me está advirtiendo de algún prodromo que he dejado pasar, y reviso en mi mente cada una de las actitudes de Teo en las últimas semanas: el sueño, el peso, los gestos, los hábitos, la energía; considero si acaso ha cambiado algo pequeño, un indicio aparentemente inucuo que pueda delatarlo, pero no encuentro nada, o bien, todo me parece desproporcinado.

Siento que mis pensamientos pueden volverse contra mí en cualquier momento, temo de lo que pienso, evito pensar en ciertas cosas y me preguto si no me estará pasando a mí algo, si no tendré en mis genes la latencia de un mal mental innombrable.

Nunca dudé de mi cordura, hasta que vi como Teo, el hombre más cabal y racional que conocía, perdió la suya... Pero la cordura es algo tan laxo y subjetivo, o bien, tan castrante y aprehensivo, que quizás no debería preocuparme si, al fin y al cabo, me estoy volviendo un poco loca.



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