martes, 23 de febrero de 2016

Tiempo, bendito tiempo.

Cuando recién había pasado, cuando el monstruo de la manía todavía me aplastaba el alma, recuerdo que deseaba profundamente que ya hubiesen pasado treina años. Deseaba ser una mujer vieja, una mujer que ya hubiera vivido todo, a la que sólo le quedara recordar ese episodio como uno más de su vida; estaba dispuesta a pasar directamente a ese punto, saltarme toda la juventud, porque creía que mi sufrimiento no tenía fin cercano.
No han tenido que pasar treinta años. Hoy Teo y yo estamos bien. Hoy hemos sabido crecer a través de esa crisis y seguimos amándonos, si no más (que yo creo que sí), mejor.
Hay secuelas, claro: no he podido embarazarme, o no he querido... debo confezar que me sigue aterrando la posibilidad de una nueva crisis en Teo que afecte a nuestros hipotéticos hijos, o la posibilidad de que su genética trascienda en el cuerpo de nuestros hijos. No es que me muera de ganas de ser madre, pero no quiero dejar de serlo sólo por miedo. Pero con el tiempo, bendito tiempo, esos miedos se van desterrando.
Ahora sé, que si Teo volviera a tener una crisis la viviría como "una crisis de Teo" y no como "una crisis de mi vida". He aprendido a amar a Teo sin renunciar a mi paz, he aprendido a ser desaprensiva. ¿Quién lo diría?

Sólo escribo para avisar: tiempo, bendito tiempo, el tiempo lo cura todo.

Estamos bien y la bipolaridad cada vez tiene menos sentido en nuestro vocabulario.

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