miércoles, 21 de noviembre de 2012

Diciembre

En diciembre Teo deja por completo el Epival, es decir, deja por completo el tratamiento.

Miedo.

Han vuelto algunas pesadillas, pero por lo menos ya no siento esa comezón angustiosa en el cuerpo. Siento que envejezco, que mi ánimo se disuelve y emerge con la dureza de una cáscara añeja. He perdido la chispa por la vida. Por lo pronto todo está aparcado, en latencia desconcertada.

Procuro no pensar en lo que pasó la noche en que Teo tuvo el brote psicótico. Simplemente no lo entiendo. La psicóloga me lo explicó, pero la realidad de haberlo vivido supera cualquier explicación.

Teo se iluminó, encontró la verdad, fue tocado por la divinidad. Luego fue querer iluminarme. Pero se dio cuenta: yo no iba a comprenderlo así nada más, él tenía que intervenir en esa iluminación. Y luego todo se puso violento. ¡No! No lo estaba entendiendo. ¡Tenía que hacérmelo saber! Y sus pensamientos saltaban de uno inconexo a otro incomprensible, mientras yo me entumecía de miedo frente a él. Le grité "¡No¡, ¡golpes no!", pero no pude evitarlos... Después de eso, me imagine lo peor. Y desde entonces mi tranquilidad desapareció por completo.

Teo tardó en regresar, la psicosis fue menguando, la agresividad nunca volvió a presentarse. Todos: sus hermanos, sus padres, yo, todos, omitimos el incidente. Nadie volvió a mencionar que Teo me había violentado. Eventualmente volvimos a ser una pareja feliz, los recién casados que se aman y colorín colorado.

Pero Teo va a dejar el Epival y con ello se abre la puerta de nuevo.

Miedo.

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