sábado, 12 de mayo de 2012

Cuando digo que Teo se volvió loco

La locura y la normalidad se han confundido con el calor del Desierto. Teo se volvió loco una noche de primavera. Estábamos los dos fumando en el patio. Pero ahí no había comenzado.

El origen es incierto; no obstante, la memoria nos sirve de sabueso. Quizás ya estaba así desde hace dos, tres, seis años, y la locura le llegó con franqueza sólo hasta ahora.

Antes de la locura:
Quizás comenzó a finales del año pasado, recuerdo que su lucidez era extrema, hablaba hasta por los codos, se aceleraba con las manos, con la vista, con el cuerpo que ya le venía demasiado magro y luego ¡click! Abrió una puerta en su mente que no pudo volver a cerrar, quizás nunca podrá volver a cerrarla. Lloró tanto esa noche, repetía cosas sin cesar, se cogía la alianza girándola infinitamente sobre su anular. Ese gesto le duró meses. Por eso sabía yo que algo no estaba muy bien con la cabeza de Teo, pero no dije nada, me callé. La mañana siguiente la puerta seguía entre abierta, pero yo me obstinaba en darle empujones de cierre. “No es nada, no es nada”. Estuvimos enfermos por las navidades y vi cómo Teo se llenó de una serenidad bastante perturbadora. Recuerdo que fuimos a la nieve y no paró de trabajar, esquiar y anidar en su habitación humidificada. Creo que el frío ayudo a que la manía no se presentara en su máximo esplendor. Luego los días fueron pasando sin que yo advirtiera lo que ya se anidaba en el cerebro de Teo

La locura:
Pero la manía loca llegó al patio de nuestra casa en una noche de primavera, como he dicho. Fue así: el fin de semana entero había sido nefasto, le había coqueteado a aquella francesa insoportable, se había ido con aquella otra gringa vieja y arrugada, se había empeñado en reclutar su pequeño séquito para engrandecer un imperio que se iba imaginando, uno en el que él era dueño y señor, todopoderoso, glorioso ser que posee un avión y derrocha generosidad entre los suyos, él era ¡Napoleón!. En mi espejo era vil y hasta desalmado, y me obnubilaban las heridas que todo ese comportamiento hacían en mí y no me daba cuenta de que todo era un delirio. Pero por fin era lunes y por fin estábamos en el patio, solos, “tranquilos”. Fumamos un rato. Paso otro. Fui a su lado e intenté besarlo, pero ya estaba casi ausente, se me había ido poco a poco y ahora era notoria la fuga. Luego, recargó su cabeza sobre la tumbona en la que ya llevaba masticando un no sé qué, miró al vacío y lo perdí. Lo noté en seguida en sus ojos y lloré frente a él pidiéndole que regresara. Intenté decirle que se quedara conmigo, pero ya estaba arriba, en la psicosis limpia de la peor noche de mi vida.

No contaré lo que pasó esa noche, no aún, pero ese fue el comienzo de esta nueva vida, una vida que aún no sé si será feliz o dolorosa, pero estoy segura de que será mejor.

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